El hombre y su vida sobre este planeta (XI)

En los últimos tiempos ha habido en el mundo empresarial un retroceso en el uso de la planificación estratégica y en la preocupación por el futuro. De la noche a la mañana las empresas han pasado a ocuparse casi exclusivamente del corto plazo, de la mejora de costes, de la reducción de personal y del valor en bolsa de sus acciones. Ha sido la época del Reengineering, el Downsizing y el Outsourcing, términos bajo los que en general se ocultaba la menos agradable expresión de «reducción de personal». Ni siquiera la tecnología ha recibido la atención de la que era objeto con anterioridad.

En parte es entendible y aceptable ese proceso, tras una época de empacho de la planificación y de un excesivo poder de los planificadores. Y también es lógico que se haga un alto en el camino y se reduzcan los costes, sobre todo si se entra, como ha ocurrido en los países industrializados a partir de los primeros años 90, en una nueva etapa de liberalización, globalización y competencia. Esa etapa no puede durar mucho, y de hecho parece haber terminado ya en países como Estados Unidos e Inglaterra que fueron los que primero apostaron por la modernización, liberalización, privatización y competencia en los mercados. Poco a poco se vuelve, como es lógico, a la mirada al largo plazo, a la planificación y a la estrategia, y como consecuencia de ello, a una mayor atención a la tecnología como medio para competir.

En otras palabras, por si no fuera suficiente esa cualidad del hombre de emitir y crear continuamente, entre otras cosas, tecnología, y de hecho, no poder detener ese proceso creativo, el hombre tiene como otra característica básica, la de construir organizaciones destinadas a alcanzar metas cercanas y lejanas. En nuestra economía de mercado basada en empresas privadas que buscan el beneficio, se genera así un proceso exponencial de creación de tecnología del que de momento ha surgido la sociedad que conocemos. Una sociedad y una economía en la que se mezcla de una manera muy difícil de desenmarañar la tecnología destinada a satisfacer las verdaderas necesidades del hombre y la tecnología relacionada con lo superfluo y lo excesivo.

No parece que podamos taponar las «radiaciones» del hombre, ni que sea conveniente hacerlo, y no parece tampoco que podamos impedirle crear instituciones con propósito. Queda por saber si los propósitos de esas instituciones pueden estar más ajustados a un mundo más humano, más sostenible, más ecológico, más amigable y tecnológicamente menos agresivo que el que tenemos hoy.

Algo de eso trataremos de imaginar en la reflexión prospectiva que realizaremos más adelante, pero, de momento, es deseable dejar constancia gráfica de esa segunda cracterística básica del hombre a la que llamamos capacidad teleológica. Lo cual hacemos en la figura situada arriba a la derecha

Doctor Ingeniero del ICAI y Catedrático de Economía Aplicada, Adolfo Castilla es también Licenciado en Económicas por la Universidad Autónoma de Madrid, Licenciado en Informática por la Universidad Politécnica de Madrid, MBA por Wharton School, Master en Ingeniería de Sistemas e Investigación Operativa por Moore School (Universidad de Pennsylvania). En la actualidad es asimismo Presidente de AESPLAN, Presidente del Capítulo Español de la World Future Society, Miembro del Alto Consejo Consultivo del Instituto de la Ingeniería de España, Profesor de Dirección Estratégica de la Empresa en CEPADE y en la Universidad Antonio de Nebrija.

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