El hombre y su vida sobre este planeta (IX)

El hombre como ser radiante

El filósofo, rumano de nacimiento pero francés de adopción, muerto en París en junio de 1995, E. M. Cioran, ha dejado escritas frases como las siguientes:

“Todo se puede sofocar en el hombre, salvo la necesidad del absoluto, que
sobrevivirá a la destrucción de los templos, e incluso a la desaparición de
la religión sobre la tierra”

“No se puede apartar al hombre de lo que verdaderamente es, de sus propias
profundidades…” (Cioran, 1995)

Muchos otros filósofos se han referido a esta poderosa fuerza interior del hombre hasta tal punto que es lógico considerarla como esencial y antropológica en él. Aparte de muchas otras cosas más, el hombre es un ser «radiante», en el sentido de que de su interior, radia, emana o fluye, espontáneamente, todo lo que vemos a nuestro alrededor no ligado directamente a la naturaleza. Nuestro mundo de grandes urbes, grandes medios de transporte, grandes obras civiles, grandes sistemas de comunicación y grandes centrales productoras o transformadoras de energía, es un mundo artificial que no existiría sin el hombre. Es un mundo aparentemente ajeno a la naturaleza inorgánica, vegetal o puramente animal, de nuestro planeta y, por lo que sabemos, a la de los planetas y satélites cercanos.

Del interior del hombre salen fundamentalmente, ideas, pero antes de ellas, el hombre, y sus antecesores, fueron capaces de emitir sonidos para expresar algo y de manejar sus manos para hacer utensilios. En términos más precisos, y seguramente históricos, se podría decir que del interior del hombre salen, sonidos guturales, tecnología, arte, palabras, escritura, ideas abstractas y explicaciones científicas. El hombre es en este sentido un torrente imposible de contener, ya sea por su dinámica interna radiante, o «irradiante», o por su capacidad para responder a las dificultades procedentes de su entorno, con soluciones imaginadas desde su interior. A veces da también la impresión de que lo hace porque las metas están delante de él y no se puede resistir a alcanzarlas. Otras, sorprende también, por su capacidad para hacer el mal y destruir.

Es difícil saber con precisión como ocurrieron las cosas en los primeros tiempos de la emergencia del ser humano, pero da la impresión de que mucho antes de que el hombre aprendiera a pensar e incluso a hablar, aprendió a hacer herramientas. El uso de la quijada de un asno para defenderse de otros animales, o desgraciadamente para matar a un semejante, es un primer paso en su ascenso como ser inteligente y consciente.

La piedra de silex golpeada contra otra, el tronco de un árbol vaciado y colocado sobre el agua para flotar, el uso de la fuerza del viento, el “invento” o descubrimiento del fuego, etc., son tempranas apariciones de la técnica o de la tecnología, que nos hablan de su carácter genuinamente humano. Sin mucha discusión se podría decir que la tecnología es parte consustancial del hombre y que ha evolucionado con él en un proceso interactivo continuo, desde que el hombre es hombre hasta nuestros días.

Transcurrió mucho tiempo hasta que el hombre domesticó a los animales, y mucho más hasta que inventó el estribo, la rueda y el carro. El arado vino después y muchos otros inventos tecnológicos elementales. Con ellos el hombre transformó su mundo, se liberó de las fuertes limitaciones a las que lo condenaba su entorno físico y, admitámoslo o no, fue ascendiendo peldaños en la escala de su evolución.

Hablando de individuos o de grupos de individuos, ya sean razas, tribus o pueblos, no cabe la menor duda de que hay, y ha habido, unos más «radiantes» o creativos que otros. Las épocas también han influido en esta desigual respuesta del hombre, resultando hechos constatables los ascensos y decadencias de los pueblos y de las culturas. Es decir, pueblos activos y creativos ayer pueden estar hoy sumidos en la pasividad y la ignorancia.

En relación con la tecnología ha preocupado mucho, especialmente en la segunda mitad del presente siglo, el por qué, el cuando y el cómo de la creatividad tecnológica. Es algo así como preguntarse por: ¿qué es lo que recarga las pilas internas del hombre?. Esta pregunta daría paso a un área adicional a las ya demasiadas, abiertas en este trabajo. Es el área de la invención, de la innovación y de la creatividad tecnológica. En ella se han derramado ríos de tinta desde que en los años 50 economistas americanos, entre ellos Robert Solow, explicaran la importancia de la tecnología en el crecimiento a largo plazo de la economía americana, como ya se ha indicado anteriormente, y desde que en los años 60 la OCDE realizara sus primeros estudios generales sobre el desarrollo tecnológico y sobre los gastos en I+D de los distintos países miembros de esta organización.

En términos históricos muy generales sabemos que el mundo científico y tecnológico actual, es producto desde el Renacimiento para acá, de la creatividad de Occidente y más certeramente, por lo que se refiere a los siglos XVI, XVII y XVIII, de la creatividad e iniciativa de los grandes países europeos. Inglaterra tiene el honor de haber culminado la Revolución Industrial y los países anglosajones, incluyendo dentro de ellos a Estados Unidos, el de seguir liderando la producción de tecnología mundial. El tema ha sido tratado en multitud de obras, algunas citadas en el apartado anterior, pero hay un libro reciente que describe magistralmente el éxito y la tragedia de Eurasia, creando el mundo moderno y al mismo tiempo, conquistando, desplazando y diezmando a las poblaciones autóctonas de otras partes del mundo. Se trata de Armas, Gérmenes y Acero, de Jared Diamond. (Diamond, 1998)

Para lo que aquí interesa basta dibujar una imagen de ese animal racional productor de ideas y utensilios que es el hombre. Arriba a la derecha puede verse dicha imagen en la que faltarían las palabras, ciencia, arte, sensasiones y tecnología en las cuatro flechas que van sin título

Doctor Ingeniero del ICAI y Catedrático de Economía Aplicada, Adolfo Castilla es también Licenciado en Económicas por la Universidad Autónoma de Madrid, Licenciado en Informática por la Universidad Politécnica de Madrid, MBA por Wharton School, Master en Ingeniería de Sistemas e Investigación Operativa por Moore School (Universidad de Pennsylvania). En la actualidad es asimismo Presidente de AESPLAN, Presidente del Capítulo Español de la World Future Society, Miembro del Alto Consejo Consultivo del Instituto de la Ingeniería de España, Profesor de Dirección Estratégica de la Empresa en CEPADE y en la Universidad Antonio de Nebrija.

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