Interpretada en ese último sentido, se puede decir que en lo relativo al mundo occidental, han existido cuatro grandes «cosmogonías». La griega, que era fundamentalmente animista, creyendo en un devenir del mundo del que el hombre formaba parte y sobre el que tenía muy poco que hacer. Como sabemos, esa posición básica de que las cosas no dependían del hombre, especialmente en lo físico, hizo que la tecnología evolucionara relativamente poco, en términos diarios y corrientes a lo largo de la civilización helena. Los romanos más adelante compartieron esa visión y la época cristiana que siguió, también hasta cierto punto, aunque por otros motivos.
Una segunda cosmogonía surge con el Renacimiento, y tiene características muy distintas. El mecanicismo es una de ellas. Los monjes en sus largos encierros medievales en los que fundamentalmente han observado el transcurrir del tiempo, han aprendido a medirlo construyendo el reloj mecánico. De ese instrumento surge la idea de Dios como gran relojero del mundo y como gran constructor de mecanismos. El hombre a partir de entonces se entrega a la construcción de máquinas y a actuar sobre la naturaleza a imagen de su Creador. (Mundford,
Una tercera cosmogonía podría situarse hacia 1824, cuando el ingeniero militar y científico francés, Nicolás Léonard Sadi Carnot, formuló el segundo principio de la termodinámica, también llamado «Principio de Carnot». El evolucionismo de Darwin y otros avances del pensamiento contribuyen también a crear una nueva visión del mundo y del papel del hombre. El mundo ya no es fundamentalmente estático y pasivo sino que está sometido a las leyes de la evolución y puede rechazar los intentos del hombre por cambiarlo. Es difícil establecer conexiones claras entre las ideas realmente abstractas sobre lo que somos y lo que hacemos aquí y el mundo concreto de las máquinas y la tecnología, pero no sería difícil sugerir, que el hombre, a partir de un determinado momento y guiado por las nuevas ideas comience a construir sistemas (el ordenador y la simbiosis de la tecnología digital con multitud de actividades), en vez de máquinas. (Carnot, 1987)
Podría decirse en esta línea que la teoría cuántica, actualmente en fase de difusión en la sociedad , es decir, en fase de ser conocida y entendida por la generalidad de las personas, constituiría una nueva cosmogonía. Sus resultados en términos de aparatos construidos por el hombre y de tecnología resultan difíciles de prever, pero algunas ideas pueden ser adelantadas. La nanotecnología, la biotecnología y los grandes avances en los viajes por el espacio pueden ser algunas de sus consecuencias.
Hay que reconocer la debilidad de las últimas argumentaciones, entre otras cosas por la poca evidencia de las relaciones entre las ideas interpretativas de carácter abstracto y general y la tecnología como algo concreto que surge por combinación de elementos diversos, muchos de ellos de tipo artesanal, pero no hay duda de que el pensamiento orienta a la acción. De forma no siempre lineal y directa, sin saber muy bien cómo y con decalajes temporales mayores o menores, parece que las ideas originales, a veces, de oscuros pensadores, terminan influyendo en las personas corrientes. En cualquier caso y para lo que interesa en este blog, es preferible tomar como referencia esa tecnología que fluye continuamente del hombre y que constituye el soporte y el punto de apoyo de la mayor parte de su vida, especialmente en aquello que tiene que ver con su supervivencia, su desarrollo y su calidad de vida. A ese aspecto de la tecnología nos vamos a referir ahora, en el ejercicio formal de prospectiva, o de reflexión hacia delante, que intentamos a continuación. Pero para ello conviene, a la vista de las dudas actuales y a las continuas falsas interpretaciones sobre el hombre y las sociedades por él creadas, señalar algunos de sus rasgos característicos. En particular, aquellos que tienen que ver con la creación de tecnología y con esa acumulación exponencial de la misma observada en el presente siglo.
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