Nadie puede estar en desacuerdo con gran parte de esos postulados, pero a los que se ocupan seriamente de ellos convendría advertirles por lo menos sobre cuatro aspectos fundamentales. 1) Que el mundo ha llegado a su situación a actual a través de un proceso de prueba y error que asegura el carácter de óptimo para al menos alguno de sus componentes. 2) Que nuestro sistema de producción tecnológicamente muy avanzado, soporta hoy, a duras penas por lo que se refiere a muchos, a 6.000 millones de habitantes, y que no conocemos una solución alternativa que garantice el mismo resultado. 3) Que no es fácil corregir la marcha del mundo sin arriesgar seriamente a su población, y sobre todo, que no es posible hacerlo sin contar con lo que nuestras sociedades son, con lo que es el hombre y con las verdaderas motivaciones de ambos. Y 4) que la postura más adecuada no es la de situarse en la frontera de la forma de vida de la mayoría, criticarla y clamar en el desierto contra unos y otros buscando responsables donde no los hay, sobre todo, cuando dentro del sistema, hay muchos otros grupos trabajando seria y científicamente por encontrar soluciones.
Las cosas, por otra parte, pueden no ser exactamente como creemos que son, ni ir en esa dirección de un mundo pequeño y socialmente muy organizado. No, desde luego, en cuanto a la solidaridad, a la conciencia social y a la ética, valores incuestionables en todos los casos, pero si en cuanto al crecimiento exponencial de la población y de la tecnología. Quizás el hombre esté destinado a colonizar las estrellas y para ello, la población, la tecnología y la economía tienen que crecer exponencialmente. Lo peor en este caso sería limitar la natalidad y detener el progreso tecnológico. Las aparentes leyes de hierro anteriores no serían tales y aunque no fueran controlables por él, alguien las habría escrito en el «software» profundo de su naturaleza, quizás para salvarlo y perpetuarlo.
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