El Gobierno de los Estados Unidos declaró la década de los 90 del siglo pasado como la del «cerebro» y se intensificaron en ella las investigaciones de todo tipo sobre este órgano fundamental del hombre. El énfasis en esa investigación sigue en nuestros días y son cientos, por no decir miles, los libros que se publican en todo el mundo sobre el cerebro y sus funciones. Se ha extendido además, excesiva y prematuramente en mi opinión, la colocación del término «neuro» como prefijo de múltiples denominaciones tradicionales. Según Ray Lachman, autor que utilizamos en éste y en los próximos posts, después del énfasis en el cerebro ha venido el énfasis en la consciencia, tema destacado de estudio y reflexión de nuestra época. El libro de este autor que comenzamos a analizar es un recorrido por la obra de pensadores destacados, aunque algo alternativos y fronterizos, defensores implacables de la subjetividad, la espiritualidad y la consciencia como actividades autónomas del cerebro humano que se han enfrentado desde el siglo XIX al poder omnímodo del cientifismo y del materialismo. La mayoría de ellos creen, por supuesto, que el espíritu es anterior a la materia.

Muchos científicos y filósofos, los denominados neurofilósofos, sobre todo, se oponen a esta denominación porque consideran que es un problema difícil sólo temporalmente ya que esperan que pronto podrá ser descrito físicamente el proceso a través del cual las redes neuronales forman las ideas. El reciente libro de Ray Kurzweil, ¿Cómo crear una mente?, se refiere a ello y sugiere que sencillamente es un problema de “reconocedores de patrones” cada vez más complejos, proponiendo que el neocortex es sólo un conjunto de capas de neuronas que actúan como reconocedores de patrones. Una organización jerárquica de reconocedores de patrones en la que el primer nivel sólo identifica y distingue las formas pero otros niveles son capaces de identificar componentes de algún mensaje escrito o recibido de carácter abstracto como el humor o la ironía, hasta llegar a un último nivel que reconoce otros significados mucho más abstractos de los mensajes.
La cuestión en discusión es la subjetividad humana y su independencia de la parte material del hombre. Un tema que trata muy bien Gary Lachman en su libro, “Una h istoria secreta de la consciencia ”, recorriendo el camino de pensadores alternativos — aunque no marginales –, sobre la consciencia y el mundo interior y espiritual del hombre.
Se muestra este autor muy crítico con esos neurofilósofos con particular referencia a Daniel Dennet, John Searle y otros, y se pregunta por el motivo por el que dichos autores, muy conocidos por otra parte, quieren eliminar de nuestro mundo algo tan bello e importante como la subjetividad y la consciencia.
Un párrafo de la Introducción del libro de Lachman que sigue a una acusación de reduccionismo extremo en la obra de Dennet y en su libro de 1992, “La consciencia explicada”, nos muestra la posición de este autor al respecto:
“Por qué Dennet quiere eliminar la consciencia no queda del todo claro. Quizá comparta la sensibilidad de Nicholas Humphrey, otro pensador empeñado en ahuyentar el fantasma de la consciencia (Autor de Soul Searching (La búsqueda del alma)(1995)). Humphrey, ansioso por deshacerse de cuanto evoque lo “sobrenatural”, señaló una vez: “La experiencia subjetiva inexplicada me causa irritación “. Aun siendo comprensivos con el celo científico, semejante declaración resulta algo inquietante. Curiosidad, de acuerdo, y asombro también. Y turbación e incluso una enfermiza obsesión por “saber cómo funciona”. Pero ¿irritación’. El placer que siento escuchando un cuarteto de cuerda de Beethoven (que llega a mi corazón como un deliciosos misterio) ¿molesta a Nicholas Humphrey?. ¿Por qué la experiencia subjetiva ha de irritar a nadie?”.
A cuestiones relacionadas con la explicación de la subjetividad y la consciencia queremos referirnos ahora en este blog. Retomamos el asunto en el lugar que lo habíamos dejado al tratar el libro de Henry P. Stapp. “Mindful Universe ”. Según este autor las dos realidades, la material y la espiritual, existen ontológicamente en nuestro mundo y la síntesis que las explica y las hace posibles como entidades de distinta naturaleza pero integradas en el hombre y en su Universo, es la mecánica cuántica.
Los que nos hemos evadido del mundo presente y nos hemos conectado a algo distinto y superior oyendo una sonata de Bach o una sinfonía de Haydn, mirando un cuadro de Vermeer, leyendo a Cunqueiro o a Mutis u observando la finura, la sensibilidad y el amor de algunas personas preocupándose por otras o esforzándose por los demás, creemos en ese mundo subjetivo y pensamos que en él radica lo que llamamos «humano». Pensamos además que la consciencia es una componente del hombre que evoluciona a más velocidad que su parte física y material y que desde lo físico exclusivamente el hombre siempre llegará tarde a explicar lo que somos.
Como al mismo tiempo hemos sido educados en la ciencia moderna, en su método científico, en el empirismo combinado con el racionalismo y en otros de los componentes de esa otra forma de conocer que el hombre tiene, y hemos visto los grandes avances que hemos conseguido con ella, nos gustaría ver todo integrado en un ser superior, material y espiritual a la vez. Un hombre «posthumano» más humano que el actual si tal cosa pudiera decirse y existir.