Como venimos diciendo en este blog, la ciencia moderna surge de la unión del conocimiento teórico, o filosófico, con el práctico. Lo que el hombre es en la actualidad ha sido producto de sus manos y su capacidad para hacer herramientas, utensilios y artefactos, por un lado, y de su cerebro y su capacidad intelectual, por otro, ambas complementadas con su capacidad de andar, moverse y conquistar espacios. La curiosidad por el mundo en el que habita, sus necesidades y sus visiones lo han traído hasta aquí. Los mismos componentes de su propia naturaleza lo llevarán mucho más lejos. Hay muchos momentos importantes en el desarrollo de la racionalidad humana, pero uno de los más destacables es el que tuvo lugar en Europa a caballo de los siglos XVII y XVIII con personajes como Descartes, Galileo, Newton y Leibniz entre otros . Todos fueron personajes formados en la tradición filosófica de Platón y Aristóteles pero, de forma muy concreta se interesaron también por la naturaleza y las la leyes físicas del mundo en que habitamos. Se les llamó de hecho, hasta que la ciencia moderna se generalizó, «filósofos naturales» o «filósofos de la naturaleza». A esa cuestión se refiere el presente post.
La unión de la capacidad intelectual y especulativa desarrollada por el hombre a través de los siglos, con la evolución autónoma de la artesanía, o de lo que los griegos llamaron “techné”, se produjo, no digo que por primera vez, pero si de una manera intensa y pública, en la persona de Galileo. Un invento tecnológico lo hizo un sabio y le dio fama y dinero. Su ejemplo debió inspirar a muchas otras personas y fue el principio de la gran fusión entre pensamiento y técnica que constituyó la esencia de la Ilustración y la base de la ciencia y la tecnología modernas.
Conviene recordar aquí, o extendernos un poco más, ya que se ha hecho referencia a ello anteriormente, que desde los griegos existe en Occidente la distinción entre lo experimental cuyo resultado es la técnica y el trabajo productivo, y lo teórico cuya misión es la búsqueda de las causas y de los principios de las cosas. Independientemente de que se utilizaran o no las mismas palabras que utilizamos hoy, lo empírico para los griegos tenía que ver con el trabajo de los médicos, de los constructores de infraestructuras y de los artesanos en general, implicados todos en lo práctico. El conocimiento teórico, por otra parte, se concibió como la contemplación de la verdad al margen de cualquier utilidad.
Los sofistas griegos fueron los primeros empíricos y se distinguieron claramente de los presocráticos y de Platón, los cuales llenaron el mundo de especulaciones racionalistas sobre las ideas que identificaron en sus mentes y sobre la naturaleza que veían a su alrededor.
Los primeros filósofos griegos, en efecto, se preguntaron por la naturaleza y su origen, así como por el hombre y su lugar en dicha naturaleza. Andando el tiempo a los filósofos de la Edad Moderna que volvieron a interesase por la naturaleza y la materia se les llamó hasta mediados del siglo XIX “filósofos naturales”, con la particularidad de que naturaleza para los griegos tenía el nombre de “physis”. Con el tiempo a la Philosophiae Naturalis a la que Newton se refirió en su libro básico “Philosphiae Naturalis Principa Mathematica” se la denominó como “Física”.
Aristóteles, mucho después de los sofistas, fue el que de forma más avanzada se refirió a los conocimientos y a la experiencia, aunque creía que todo estaba sometido al valor supremo de lo teórico. En su Metafísica deja claro que los hombres tenemos de común con ciertos animales las percepciones, la memoria y la experiencia, las cuales nos permiten, a los hombres en particular, a través de su acumulación, hacer cosas útiles. Pero más perfecto que eso es la unión de la experiencia con la reflexión, proceso llevado a cabo por la función racional humana que constituye la suprema facultad de elevarse a los primeros principios a partir de las causas observadas o sentidas. Es, en definitiva, la búsqueda de la verdad, la más noble de las tareas humanas
Fue él quien más claro dejó en relación con esas concepciones, que para buscar la verdad se necesita tener asegurados los bienes materiales. Es decir, lo ya indicado en estas notas, de que el hombre noble y libre debe dedicarse a la metafísica y a la ciencia considerada como búsqueda de los fundamentos y explicaciones últimas, mientras que los esclavos y los artesanos, y eventualmente los militares con sus conquistas, nos proporcionan todo lo necesario para la supervivencia.
No es extraño, como también se ha dicho, que la ciencia como se interpreta hoy, es decir, como búsqueda de los conocimientos y leyes que rigen nuestra naturaleza para mejorar nuestra existencia, no se desarrollara excesivamente en la civilización grecolatina ni en la medieval europea regida por la religiosidad. A parte de esa concepción elitista de los conocimientos que por cierto ha durado hasta nuestros días, también influyó en el poco desarrollo de lo científico y tecnológico, el animismo de las culturas antiguas, las hipótesis también aristotélicas de un mundo contingente (o regido por el azar) en el que no hay leyes y, por supuesto, la ya mencionada visión medieval de un mundo hecho por Dios de una forma muy directa y precisa.
Aristóteles tuvo, como se ha dicho anteriormente, una cierta orientación empírica pero al mismo tiempo forma parte de los filósofos racionalistas. Fue quizás el más avanzado de los filósofos griegos y el que más se acercó a la ciencia y a los conocimientos en general como los entendemos hoy. No es extraña la vuelta frecuente a sus ideas de la que ya hemos hablado.
La tecnología mientras tanto seguía sin ser objeto de atención por parte de los hombres libres, nobles y bien formados. A pesar de vislumbrar lo que sería la ciencia moderna, los griegos no imaginaron la tecnología como la concebimos hoy (como conocimiento, de hecho), o hay muy pocas referencias a ello. Se hicieron barcos, armas complicadas de guerra, infraestructuras y monumentos como el Partenón, pero parece que nada de eso era objeto de la reflexión y el pensamiento. Tendremos que llegar a la Ilustración y al Siglo de las Luces para ver al hombre pensante ocuparse de las máquinas.