Antes de referirnos al telégrafo sin hilos y a la fuerte introducción de la electricidad en el mundo, a través de la iluminación masiva de las ciudades, la electrificación de edificios y viviendas (con ascensores, electrodomésticos, calefacción, etc..) y la difusión del motor eléctrico en todos los procesos productivos, entre otros procesos que tuvieron lugar al final del siglo XIX y principios del XX, dedicamos este post a unas breves consideraciones sobre el impacto económico y social del telegrafo y del teléfono.
Habría mucho más que decir sobre las telecomunicaciones como industria y servicio destacado del siglo XX, incluyendo su expansión mundial y su desarrollo en el caso concreto de España, pero de momento nos gustaría hacer un resumen en relación con dos temas a los que se presta interés en este blog. Se trata de, 1) los procesos de innovación que llevan a la introducción de tecnología diversa en nuestro mundo y la actividad de todo tipo que se genera basada en ella; y 2) los cambios económicos y sociales de todo tipo que se producen tras dichos procesos, incluida la actividad económica y los cambios sociales así como las nuevas grandes interpretaciones sobre nuestro mundo que los hombres adoptamos y las nuevas grandes actitudes que generamos.
Respecto al primer tema y en relación con el teléfono, podemos señalar el carácter multidimensional de toda innovación. Hay para empezar circunstancias como la existencia de innovaciones previas como la electricidad en sí misma, las baterías generadoras de corriente eléctrica, el telégrafo como primera gran innovación eléctrica del siglo XIX y la aparición de inventores y emprendedores, muchas veces sin profundos conocimientos científicos pero muy ingeniosos y creativos en relación con las aplicaciones prácticas de los nuevos conocimientos, en el caso que comentamos, la electricidad. La existencia de muchos individuos de esas características es importante, existiendo siempre una labor colectiva en la que unos se apoyan en los avances de otros para conseguir nuevos avances y perfeccionamientos. La mezcla de conocimientos y experiencias prácticas diversas, el solape o cruce, son también aspectos necesarios.
De una forma más precisa, las personas concretas y sus características son, por supuesto, aspectos básicos. En el caso del teléfono hubo una persona como Bell, logopeda y experto en sonido, con interés por la ciencia y la tecnología, que en la época en que vivió lo llevó a la electricidad. Una persona curiosa, creativa, con capacidad para la invención y cierta sensibilidad artística. La existencia de un equipo y la presencia de alguien técnico como Thomas A. Watson (1854-1934) con orientación ingenieril y habilidades manuales es también algo fundamental. La actividad que hoy llamamos I+D consistente e investigaciones, ensayos y pruebas diversas en laboratorio tiene que estar presente. Así como el conocimiento de lo que otros han hecho previamente y en sentido negativo el espionaje o copia de los inventos de otros. La existencia de financiación importante, capacidad legal, institucional y de relaciones públicas, incluyendo desgraciadamente, en el caso del teléfono, la manipulación y el fraude, aspectos que estuvieron aportados en el caso que tratamos por Gardiner Hubbard (1822-1897) y de forma muy importante, la capacidad de gestión, la de emprendimiento y la de dirección empresarial en general, representado en este caso por Theodore Vail (1845-1920)
Un entorno amigable, rico y orientado a la acción y al crecimiento económicos resulta también imprescindible para que las invenciones echen raíces y se trasformen en innovaciones, incluyendo administraciones públicas ágiles y sistemas judiciales eficientes, orientados a la acción, a la realización y a la solución de problemas.
En relación con el segundo aspecto, es decir, el impacto social, los cambios de costumbres, las nuevas actitudes y las transformaciones culturales de la sociedad en su conjunto, es más difícil sacar conclusiones válidas de innovaciones concretas. El siglo XIX en su conjunto fue un siglo de grandes cambios de todo tipo, entre los que la electricidad y sus múltiples aplicaciones ocupa un lugar destacado. Se podría decir que una mayoría de las personas se adaptaron sin dificultad a las nuevas tecnologías y a los nuevos servicios, una minoría importante siguió con su vida habitual sin grandes relaciones con dichas tecnologías y dichos servicios, y otra minoría cualificada entró a fondo en ellos, los interpretó conceptualmente y cambió sus ideas sobre nuestro mundo natural. Este último grupo tenía contacto por supuesto con los intelectuales, filósofos, sociólogos y profesionales de la reflexión y el pensamiento, y se dio cuenta de la magia existente en nuestro universo, de los fenómenos extraños y poderosos como el electromagnetismo, de la posible existencia de los átomos, y muy pronto, de cambios radicales en las interpretaciones newtonianas de la realidad física de nuestro mundo. El siglo XIX, por otra parte, es el siglo de Darwin y del evolucionismo. El pensamiento toma formas muy diversas en términos de cómo organizarnos y cómo vivir en comunidad, la mayoría de ellas influidas por loa avances científicos y tecnológicos.
El siglo XIX fue en esos últimos términos el siglo del Liberalismo, el Utilitarismo, el Empirismo, el Positivismo, el Marxismo, el Nihilismo, el Pragmatismo, el Idealismo, el Romanticismo, el Existencialismo, el Materialismo, el Anarcocomunismo y el Darwinismo social. Una evolución de la dimensión intelectual del hombre tan importante o más como la evolución científica y tecnológica. Todo ello además interrelacionado de forma muy diversa.