Antes de pasar a Isaac Newton y a la aparición de la verdadera Ciencia Moderna, a la Ilustración y a la primera Revolución Industrial conviene detenerse en la evolución autónoma, y paralela a la intelectual, de la técnica. Hacemos referencia en los tres próximos posts al periodo que va desde los siglos V al XV correspondiente a la Edad Media europea. Lo más importante de lo tratado en dichos posts se refiere a la divergencia inicial entre conocimientos científicos y técnica, a la convergencia que poco a poco se va produciendo entre ambas actividades del hombre y al impacto económico y social que lo técnico ha tenido siempre en la historia de la Humanidad.
Gran parte de lo que venimos analizando en los últimos posts se refiere a la aparición de la ciencia — o de la racionalidad científica — como un mero proceso intelectual, o filosófico. Es decir, los hombres, que habían descubierto la abstracción, el pensamiento, la especulación, el razonamiento y la lógica, al pensar sobre todas las cosas que los rodeaban terminaron reflexionando sobre la naturaleza del mundo físico que los albergaba. La ciencia es, pues, en sus comienzos, pura filosofía. Filósofos naturales o filósofos de la naturaleza es el nombre que se les da a los primeros científicos. Pronto, sin embargo, los hechos físicos y los fenómenos naturales van a traer las ideas de su medida, de la identificación de sus causas, de las leyes que los gobiernan y de otros elementos que no son puramente intelectuales ni abstractos (con toda la dificultad que supone decir esto). Son hechos objetivos que pueden ser observados y medidos de igual manera por personas distintas. Son fenómenos que se producen externamente al hombre y sin que éste tenga necesidad de estar presente. Han existido, por otra parte, antes de que el propio hombre apareciera en el planeta.
El movimiento en general y el movimiento de la Tierra y de los cuerpos celestes en particular, son ejemplos de los primeros fenómenos que el hombre quiso entender y sobre los que buscará sus causas y sus leyes. Alrededor de ellos surgirá pronto la conveniencia de analizar los hechos como tales o, mejor dicho, como los percibimos a través de nuestros sentidos, algo en la que ponen mucho énfasis los empíricos. Una nueva idea aparecerá a continuación alrededor de todo ello: la idea, no sólo de formular leyes sino de demostrarlas, y, como consecuencia, la posibilidad de usar dichas leyes para la predicción de los resultados de los fenómenos y para su posible utilización práctica.
Lo práctico, por otra parte, fue durante mucho tiempo, como hemos dicho en varias ocasiones, algo que se desarrolló autónomamente y en paralelo con lo filosófico, es decir, sin la necesidad de la reflexión o el análisis intelectual. La técnica, posteriormente llamada tecnología, fue durante mucho tiempo, y lo sigue siendo hoy en gran manera, pura labor artesanal y manual.
En posts anteriores vimos cómo los pueblos asiáticos, los egipcios, los griegos y los romanos habían construido grandes obras civiles, barcos, armas y utensilios muy diversos. Muchos eran grandes inventos que se adelantaron a los tiempos y que por ello no tuvieron continuidad. Todos, los que se utilizaron o los que se quedaron a mitad de camino, revelan esa segunda gran capacidad del hombre consistente en construir utensilios, máquinas y aparatos que le faciliten sus actividades.
En la Edad Media dichos avances, prácticos, no se detuvieron en absoluto, a pesar del sentimiento que se posee sobre la caída del Imperio Romano y la Alta Edad Media en cuanto a que constituyeron épocas de oscurantismo, retraso e, incluso, olvido o abandono de inventos técnicos anteriores.
En parte es cierto que los años finales del Imperio Romano en su conjunto y del Imperio Romano de Occidente en particular, fueron convulsos y difíciles. El Imperio era vasto y comenzó a ser ingobernable. Los pueblos germánicos del noreste de Europa presionaron a los ejércitos romanos, se infiltraron y se asentaron en los confines del Imperio y terminaron por invadirlo y destruirlo bajo la presión inicial de los hunos y otros pueblos asiáticos. Las luchas de poder internas en Roma contribuyeron también de forma importante a la caída de un Imperio que duró como tal desde el año 27 a. C. hasta el año 476 en Occidente, año en el que el último emperador Rómulo Augústulo fue depuesto por el caudillo bárbaro Odoacro, y hasta 1453 en Oriente, año de la caída de Constantinopla y de la muerte en combate ante las tropas otomanas de jenízaros de su último emperador Constantino XI (1405-1453). El Imperio Romano, como es sabido, se dividió administrativamente en dos en bajo el emperador Diocleciano (244-311) y definitivamente en dos imperios distintos bajo el emperador Teodosio I (347-395) quien dio a su hijo Honorio el Imperio de Occidente y a su hijo Arcadio el Imperio de Oriente.