La tesis que seguimos desarrollando en esta entrega es la de que hay que incluir al hombre, especialmente al inventor y al emprendedor, en las explicaciones macroeconómicas.
En la entrega anterior de esta serie de artículos dedicados a la crisis económica actual y a la salida de ella habíamos terminado haciendo referencia al milagro económico coreano, llamado con más propiedad “el milagro del río Han”. La potencialidad de crecimiento de ese país se nos antoja superior a la del nuestro y no sería extraño que pronto nos superara, como ocurrirá con otras economías tales como México, Brasil, India o Rusia, países, estos últimos, que lo harán por simple crecimiento vegetativo de sus economías ya que poseen poblaciones muy superiores a la nuestra. Deducimos tal posible resultado, para el caso de Corea, que tiene una población algo superior a la española pero cercana (unos 49 millones de habitantes), del tipo de economía que el país ha creado, basada en los últimos años en la tecnología más avanzada, con particular referencia a la tecnología electrónica y a las TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación), terrenos en los que compite con los Estados Unidos, Japón y Europa. Sus empresas Hinyx, LG, Samsung, SK o iStation, entre otras, les están complicando la vida a Sony, Apple o Nokia. Según datos recientes Samsung y LG venden casi el 30 % de los terminales móviles del mundo y más del 35 % de los televisores de pantalla plana. Siendo además Corea del Sur uno de los primeros fabricantes de semiconductores con una cuota del mercado mundial del 50 %. (Ver Santiago Millán )
Aparte, claro está, del éxito de los astilleros coreanos y de la industria pesada en general (astilleros, siderurgia, industrias química y petroquímica, construcción y otras) y de las grandes marcas automovilistas que ha sabido crear, entre ellas Hyundai y Kia.
Por qué “llueve” en Corea del Sur más que en nuestro país.
La pregunta ya planteada de ¿cómo y por qué “llueve” económicamente de esa manera en Corea del Sur? tendría respuestas distintas según quien la contestara.
Para un economista sería producto de las buenas condiciones macroeconómicas (déficits públicos y deuda razonables, superávits de la balanza comercial, precios estables, inflación controlada, tipo de cambio correcto, etc..) y de las adecuadas políticas económicas de los sucesivos gobiernos coreanos.
Para un político o administrador público el éxito del país estaría en las fuertes inversiones estatales en infraestructuras de los años 70, de las que las grandes corporaciones coreanas obtuvieron elevados beneficios, y del uso adecuado de ellos para la creación de una industria de más valor añadido. Indicaría también la apuesta por la educación y destacaría su primer lugar dentro de Asia en este terreno y su séptimo en todo el mundo. Así como estar considerado en la actualidad el país más innovador del mundo según el “Índice Global de Innovación”.
Un empresario hablaría, quizá, de la importancia del desarrollo científico obtenido de los Estados Unidos y de otros países industrializados a través del envío masivo de estudiantes a dichos países y de acuerdos diversos de intercambio de tecnología, junto al espíritu empresarial, la competitividad y la cultura de la sociedad coreana muy orientada al futuro y a la tecnología avanzada. Indicaría además que el país cuenta, como se sabe, con una infraestructura de alta tecnología, que tiene el mayor sistema de cableado del mundo y que posee el índice de acceso a Internet de banda ancha per cápita más alto del planeta. En promedio, las conexiones de Internet en el país son las de más capacidad, con una media de velocidad de acceso de 100 Mbps.
Todos, por otra parte, estarían de acuerdo en la orientación de esta nación hacia la exportación, en su apuesta por la industria y en la disponibilidad de sus gentes a sacrificarse y trabajar duro para conseguir el objetivo de competir a escala global y vender mucho a otros países.
El olvido del hombre
Todas las explicaciones son válidas y todas resultan complementarias, pero hay unas relacionadas con el esfuerzo individual, la innovación personal, la capacidad de emprendimiento, la disciplina en el trabajo y en la vida, la preparación, la austeridad de costumbres, la ética y la honestidad y otras, que con frecuencia son olvidadas en las explicaciones de los hechos económicos.
Este olvido puede deberse al hecho de que el hombre y su subjetividad han sido desalojados del mundo objetivo de la ciencia económica, con particular referencia al mundo de la macroeconomía. La economía, como ciencia similar a la Física, ha buscado leyes como las que indican que el consumo depende de la renta disponible, la inversión del tipo de interés, el tipo de cambio del déficit de la balanza de pagos o la inflación del crecimiento, sin caer en la cuenta que mientras tales fenómenos dependan del hombre las leyes mencionadas unas veces se cumplirán y otras no. Hay ocasiones, por otra parte, en que tales dependencias pueden ser robustas, como ocurre en las épocas de estabilidad y crecimiento, pero hay otras, como las crisis, en que no se cumplen porque los hombres se hacen irresponsables y arbitrarios. Esto último, además, es más cierto cuanto más financiera y menos real sea una economía.
La teoría económica ha olvidado al hombre como variable explicativa y esto no es correcto, aunque si lo incluimos con todas sus consecuencias, a él, a sus deseos, a sus ambiciones, a su capacidad de hacer y deshacer, de construir y de destruir, de inventar y de ser conservador y no cambiar, de acaparar, de explotar, de trasgredir las normas etc…, será muy difícil establecer algún orden en la complejidad de nuestras sociedades.
Lo que se observa, sin embargo, en las nuevas aportaciones de teoría económica de los últimos años es una búsqueda del hombre, como ya se ha indicado en las primeras entregas de estos artículos sobre la crisis económica.
Guillermo de la Dehesa el autor que utilizamos como referencia en estos artículos habla de esas nuevas aportaciones y del poco caso que se les hace, por cierto, en la práctica económica diaria.