Continuamos en este post la revisión rápida del racionalismo europeo aportado por Descartes en la primera mitad del siglo XVII. Recordamos que estamos llevando a cabo un ánalisis breve de la evolución histórica de la racionalidad científica y tecnológica actual. Hay muchas publicaciones sobre esta cuestión y sobre la historia del pensamiento en general, sin duda mejores y más precisas que lo llevado a cabo en este blog. Nuestra intención es poner el énfasis en la intepretación de la racionalidad moderna como resultado de la unión en un momento determinado de la historia del pensamiento intelectual (filosófico) que los hombres había descubierto muy tempranamente, con el estudio de la naturaleza, su dominio y utilización y la construcción de instrumentos utensilios y máquinas, que también había existido desde antiguo, pero que durante muchos años evolucionó por separado y constituyó el trabajo callado de esclavos y artesanos. Deseamos también destacar el papel de las cosmogonías o cosmovisiones (o interpretaciones generales de lo que es nuestro mundo y lo que somos los hombres que lo habitamos y de lo que hacemos aquí) en la realidad artificial que los hombres terminamos creando.
(Es continuación del post anterior)
Estrictamente hablando Descartes fue un claro “dualista” al decir que existían dos realidades, el alma (o más bien la razón), o res cogitans, y el cuerpo (y todo lo físico), o res extensa. Tesis que ha sido muy criticada posteriormente y que es el objeto del famoso libro de Antonio Damasio, “El error de Descartes”.
Lo mejor del caso es que Descartes es también considerado como el padre del “mecanicismo”, corriente de pensamiento que afirma que la única realidad es la física o material, lo que implica la no existencia de entidad espiritual alguna y lleva al materialismo. Sería el “monismo” de nuestro tiempo, en el cual nos dicen que creen la mayor parte de los científicos actuales.
Descartes sostuvo, en efecto, que: 1) el mundo es una máquina, o como una máquina (maquinismo); 2) que todo lo real es físico (fisicismo); 3) todo lo que se necesita para conocer el mundo es reducirlo a sus partes elementales y estudiar las relaciones entre ellas (reduccionismo).
Introdujo y mantuvo la idea de las dos sustancias (sustancia pensante y sutancia extensa o física) pero colocó la racionalidad humana en el centro de todo. Si el hombre podía estar seguro de algo era de su propia consciencia la cual es cierta y epistemológicamente más segura que las experiencias del mundo físico. La racionalidad humana es para Descartes lo primero, de ella surge la existencia de Dios a partir de la necesidad lógica de que exista y, en tercer lugar, el mundo objetivo y su orden racional, también garantizado por Dios. Como dice Richard Tarnas (2) en su libro «La pasión de la mente occidental«: «La infalibilidad, que otrora se asignara sólo a las Sagradas Escrituras o al pontífice, se transfería ahora a la razón humana».
En esa interpretación de las cosas, que constituye de hecho una cosmovisión, está ya en ciernes el mundo de la primera revolución industrial que se iniciará en Inglaterra a mediados del siglo XVIII y toda la euforia por las máquinas y los aparatos que se generalizó en todo el mundo a partir de entonces.
A la vista de la participación de Descartes en la revolución científica moderna y de sus aportaciones en este terreno, incluido su método de adquisición de conocimientos del que forma parte su principio de la duda metódica, hay quien ha dicho que su «dualismo » fue una especie de compromiso, o concesión, en unos tiempos en los que negar la existencia del alma y el espiritualismo era peligroso, para poder dedicarse a hacer avances en la dirección del pensamiento científico moderno.
Es decir que Descartes a pesar de ser un filósofo, y un racionalista además, se interesó por la naturaleza y por la mecánica y contribuyó a la aparición en el mundo de una nueva cosmovisión, es decir, una interpretación general de lo que somos y de lo que hacemos aquí. Fue la cosmovisión mecanicista, según la cual nuestro mundo es una máquina y todos debemos dedicarnos a hacer máquinas. Incluso los creyentes interpretaron a Dios a partir de entonces como el Gran Relojero, con lo cual el hombre, a su imagen y semejanza, debía construir relojes y otras máquinas. Comenzamos a entender así la primera Revolución Industrial que un siglo más tarde se iba a generar en Europa con particular referencia a Inglaterra. No será esa interpretación sola, no obstante, la que desencadenará a partir de 1750 la furia de los hombres por construir máquinas y aparatos. Habrá que prestar atención también a la aparición de los mercados de productos manufacturados, es decir a los fenómenos de oferta y demanda, y al capitalismo. Pero ya hablaremos de estos asuntos más adelante.
El pensamiento europeo, no obstante, siguió siendo a lo largo del Siglo XVII metafísico y racionalista por lo que se refiere a Europa continental y metafísico también, pero empírico, por lo que se refiere a Inglaterra. En la primera región brillaron los ya mencionados Pascal, Spinoza, Leibiniz junto con otros algo más científicos en el sentido moderno como el holandés Christiaan Huygens (1629-1695) y el irlandés Robert Boyle (1627-1691), por citar sólo dos figuras relevantes que se orientaron mucho más hacia los conocimientos prácticos y hacia los instrumentos para ser usados en la investigación del mundo.
No se debe olvidar en relación con estas cuestiones que la Royal Society inglesa comenzó sus actividades más o menos hacia los años 1640, aunque oficialmente se constituyó en 1660, “para discutir la nueva concepción de la promoción del conocimiento del mundo natural a través de la observación y la experimentación”. Asimismo, en la Francia de Luis XIV, se creó varios años después, en 1666, la Academia de las Ciencias, como institución que, “Anima y protege el espíritu de la investigación, y contribuye al progreso de las ciencias y de sus aplicaciones”
Es decir, la ciencia como la conocemos hoy quedó bastante bien definida y diseñada a partir de la segunda mitad del siglo XVII, aunque todavía los pensadores eran filósofos y, en todo caso, filósofos naturales.
Falta la aparición del personaje fundamental de la historia de la ciencia moderna que relatamos: Isaac Newton (1643-1727). Es la figura cumbre del nacimiento de dicha ciencia, que como vemos vivió a caballo de los siglos XVII y XVIII. Participó por tanto de la Ilustración que fue un movimiento surgido a principios de ese segundo siglo con la intención de “disipar las tinieblas de la humanidad con las luces de la razón” y del Siglo de las Luces, nombre con el que se conoce en términos de ideas y pensamiento al Siglo XVIII.
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(2) Richard Tarnas, «La pasión de la mente occidental», ATALANTA, Girona, España, 2008. pp. 353