El enigma cuántico

Al hilo de las consideraciones sobre la Inteligencia Artificial Fuerte hechas en entregas anteriores cabe volver al tema de la conciencia que es uno de los ejes que marcan el contenido de este blog. Tecnologías relacionadas con el cerebro hay ya muchas y grandes actividades de I+D en relación con ellas, pero hasta que no avancemos más en el conocimiento de la conciencia y cómo se produce, no estaremos haciendo verdadera cognotecnología.

Roger Penrose, el famoso físico inglés autor de «La Nueva Mente del Emperador», «Las sombras de la mente», «El camino a la realidad» y varias otras obras famosas, así como inventor de múltiples y complejos conceptos, no cree que la “Inteligencia Artificial Fuerte” sea posible. Se apoya en su propia tesis de que los procesos conscientes no son computables, deducida a su vez de las demostraciones del matemático alemán Kurt Gödel en cuanto a que todo sistema lógico contiene proposiciones cuya verdad no puede probarse. Es lo que se llama “teorema de la incompletitud de Gödel”.

Combina esas ideas procedentes de la lógica matemática con sus propias aproximaciones a la conciencia incluidas en su teoría de la mente y con la biología neuronal. Él y el anestesiólogo americano Stuart Hameroff han formulado una teoría basada en tres pilares básicos: la no computabilidad de la conciencia, la llamada gravedad cuántica (o teoría cuántica revisada) y el papel de los microtúbulos y de la tubulina. Los dos creen que la mente y el cerebro son entidades separables y tratan de explicar el fenómeno de la conciencia a través del colapso de la función de onda cuántica (principio básico de la mecánica cuántica) en el interior de las neuronas. Sus ideas no pueden ser explicadas a través de los conocimientos actuales de las neurociencias ni de la misma física cuántica. Postulan de hecho un fenómeno físico inédito que creen puede producirse en el interior de los microtúbulos, a veces denominados microtúbulos de Hameroff.

Los microtúbulos son estructuras tubulares existentes en el interior de las células de 25 nanómetros de diámetro exterior y de unos 12 nanómetros de diámetro interior. Tienen diversas funciones relacionadas con el transporte intercelular de sustancias y forman junto con los microfilamentos y los filamentos intermedios el citoesqueleto el cual constituye el soporte interno de las células.

Los microtúbulos, las proteínas alfa y beta tubulina que lo constituyen, sus funciones y la forma como se organizan y se nuclean son temas muy bien conocidos por los biólogos celulares dedicados al estudio del cerebro, pero para lo que aquí se pretende sólo interesa saber que las hipótesis de Penrose y Hameroff les asignan un papel fundamental en lo que ya se está conociendo como Teoría Cuántica de la Conciencia.

Los microtúbulos contribuyen, en el caso concreto del cerebro, a dar forma a las neuronas y constituyen algo así como el sistema nervioso de las mismas. Transmiten la información dentro de ellas y también en las relaciones de unas neuronas con otras.

Los dos autores que mencionamos, particularmente Hameroff, consideran que los microtúbulos están muy bien diseñados como ordenadores cuánticos y que es en su interior donde la conciencia causa el colapso de la función de onda. Los elementos importantes para ello son los constituyentes de la teoría cuántica, entre los que se encuentran el hecho de que al nivel subatómico de la materia todo está conectado a todo sin necesidad de señales de ningún tipo (entrelazamiento o entanglement), que las partículas pueden estar en dos o más sitios distintos a la vez y que a la información le pasa lo mismo a través del fenómeno de la superposición de geometría espacio-tiempo incluido en la Teoría de la Relatividad General de Einstein y que la observación crea las propiedades de los objetos en lo que se conoce como el colapso de la función de onda.

Para que encaje todo en relación con ese ordenador cuántico nanoscópico y con la aparición de la conciencia en el interior de las neuronas se necesita la descripción de un fenómeno físico más allá de la presente teoría cuántica. Es lo que hizo Penrose hace años al proponer la “objective reductión” (OR), más recientemente conocida como Orchestrated Objective Reduction, que provoca el colapso de las superposiciones macroscópicas en realidades, o, dicho de otra forma, el colapso de la función de onda objetivamente, es decir, para todo el mundo, incluso sin la presencia de un observador.

La conciencia así constituye el punto de unión entre la Física Clásica y la Cuántica.

Muchas de las cuestiones anteriores pueden encontrase en el libro «El enigma cuántico», de Bruce Rosenblum y Fred Kuttner (Metatemas, Tusquets Editores, Barcelona 2010), el cual resulta interesantísimo y fácil de leer si uno está dispuesto a admitir lo que dijo el famoso físico Richard Feynman (uno de los mejores expertos en el tema): “Nadie entiende la mecánica cuántica”.

El enigma en cuestión es el encuentro de la física con la conciencia o como mencionan los autores en el capítulo 16 de su libro, el hecho de que “la física, la ciencia más empírica, parece basarse en última instancia en la conciencia”.

Doctor Ingeniero del ICAI y Catedrático de Economía Aplicada, Adolfo Castilla es también Licenciado en Económicas por la Universidad Autónoma de Madrid, Licenciado en Informática por la Universidad Politécnica de Madrid, MBA por Wharton School, Master en Ingeniería de Sistemas e Investigación Operativa por Moore School (Universidad de Pennsylvania). En la actualidad es asimismo Presidente de AESPLAN, Presidente del Capítulo Español de la World Future Society, Miembro del Alto Consejo Consultivo del Instituto de la Ingeniería de España, Profesor de Dirección Estratégica de la Empresa en CEPADE y en la Universidad Antonio de Nebrija.

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