Con este post terminamos, por fin, la revisión de libro «What have we learned» destinado a resumir lo aprendido de la crisis financiera sistémica de los últimos años. El resultado de dicha revisión es un poco frustrante ya que no parece que hayamos aprendido mucho ni que tengamos medidas efectivas para enfrentarnos a otras posibles crisis futuras. No queremos aceptarlo pero el mal puede que esté, no en las reglas, en las actuaciones y en las políticas, sino en el propio sistema financiero que hemos creado entre todos y en sus difusas reglas de funcionamiento.
Los participantes en la conferencia organizada por el FMI en la primavera de 2013, de la que el libro que venimos comentando, What have we learned, procede, conocían las actuaciones de los Estados Unidos y la UE revisadas en los dos posts anteriores. Eran también conscientes de que la crisis reciente ha sido, una vez más, una crisis financiera, surgida como muchas anteriores de unas deudas excesivas, públicas y privadas, y de unas actuaciones incorrectas, y a veces fraudulentas, de los agentes financieros, incluyendo los bancos. A pesar de ello sorprenden cosas como las siguientes: 1) la poca atención prestada a los desencadenantes verdaderos de la crisis relacionados con medidas incorrectas de los políticos y actuaciones defectuosas de los agentes económicos; 2) el olvido en el que se deja a dinámicas perniciosas de nuestros sistemas financieros, como el excesivo uso de la deuda, los mínimos coeficientes de caja permitidos a los bancos o la autorización de actividades perniciosas como los hedge funds; 3) el reducido número de variables de actuación, fiscal o monetaria, de que disponemos; y 4) lo poco que hemos aprendido todos de la crisis, empezando por los autores del libro, como se ha dicho ya.
Después de leerlo da la impresión de que estamos igual de indefensos ante futuras crisis de lo que estábamos en 2007.
En conjunto parece haber dimensiones de las actividades económicas a las que nadie quiere enfrentarse: los expertos porque no quieren salirse de sus áreas de conocimientos y dichas áreas incluyen pocas variables de actuación; los políticos porque suelen tener pocos conocimientos económicos y se apoyan en los expertos; los responsables de instituciones como los bancos centrales y otras porque dependen de los políticos; y los hombres de empresa y emprendedores porque necesitan el equilibrio económico, la estabilidad y un riesgo razonable para poder actuar.
Adicionalmente hay que decir que en nuestros sistemas económicos hay muchas leyes, muchas instituciones y muchos normas y medidas de control que nadie utiliza. Nos movemos en este terreno entre los que se inclinan por la libertad del mercado y por el reducido intervencionismo de las instituciones reguladoras y los que lo hacen por lo contrario. Sin que el debate entre ambos llegue mucho más allá de lo retórico. Los economistas han terminado por hacer de sus explicaciones y sus discusiones una más de las «bellas artes» de nuestro mundo. Sirven como experiencias intelectuales y quizás artísticas, y a lo mejor, nos hacen entender mejor las cosas, pero su utilidad es poca en términos de organizar nuestro mundo.
El libro del que tomamos el título para este post debido a Lawrence H. White que hemos leído con interés, y cuya portada incluimos al principio, El choque de ideas económicas, deja claro estos enfrentamientos estériles de ideas e interpretaciones económicas a lo largo de la historia, con la conclusión de que nunca se deduce nada definitivo de ellos.
Además de las políticas fiscales, monetarias, y de reestructuración y saneamiento de las arquitecturas e instituciones económicas, en el libro del FMI se dedica gran atención a unas nuevas medidas sobre los sistemas financieros que está siendo impulsadas desde hace varios años por el Comité de Basilea de Supervisión Bancaria, el Banco de Inglaterra o el Banco de Pagos Internacionales (BIS). Se trata de políticas de control sobre los bancos como instituciones individuales (políticas microprudenciales) y sobre el sistema financiero en su conjunto (macroprudenciales) destinadas a evitar las crisis sistémicas (generalizadas y del conjunto del sistema financiero internacional) y a aumentar la solidez y seguridad de dicho sistema, teniendo además en cuenta, cosa que de nuevo sorprende que haya sido descubierta ahora, que las crisis pueden ser, y de hecho lo son, más de origen endógeno (originadas dentro del propio sistema financiero) que exógeno (originadas fuera del sistema financiero). Alguien tendría que decir de una vez que el problema está en el tamaño y los excesos de la economía financiera que hemos creado entre todos.
De nuevo las espadas quedan en alto en cuanto a estas actuaciones. Para unos, las políticas macroprudenciales son intervencionistas y tendrían efectos negativos sobre el sistema financiero; para otros, las actuaciones de control sobre las agentes financieros no están claramente definidas; y para otros, por fin, sus impactos no están comprobados.
Es decir, ni sí ni no, ni blanco ni negro, ni arriba ni abajo. Con la particularidad de que los que discuten estos temas, los que regulan y los que actúan, parecen no estar sometidos a ninguna urgencia ni presión, todos tienen asegurada su posición y su subsistencia. Parece mentira que en sus manos esté la vida de tantas personas que sufren las crisis en términos de desempleo, fracaso, reducción del nivel de vida y pobreza.
Siento mucho concluir de esta forma pero la lectura del libro al que tanto tiempo hemos dedicado en este blog es un poco frustrante, la única explicación racional de lo que ocurre en nuestro mundo en relación con las crisis económicas periódicas por las que atraviesa, es que dichas crisis son como “desastres naturales” sobre los que no tenemos control. Al igual que en esos desastres a algunos les toca la peor parte. Lo malo es cuando le toca siempre a los mismos. Cuando eso ocurre, y los perjudicados son muchos, la gente se hace antisistema y quiere cambiar radicalmente las cosas.