Avances científicos del siglo XIX

Comenzamos en este post a hacer una breve revisión de los verdaderos avances científicos del siglo XIX. Hasta ahora hemos dedicado atención sobre todo a la Revolución Industrial y al sistema productivo que se creó alrededor de sus aportaciones, pero dicho siglo fue también importante en el terreno científico. De hecho surgen en él las semillas de una nueva racionalidad o más bien de una nueva cosmovisión. Tal cosmovisión, o interpretación de lo que es nuestro mundo, lo que somos los hombres y lo que hacemos aquí, seguirá siendo científico-tecnológica, pero no mecanico-determinista. El concepto de entropía, la evolución de las especies y el descubrimiento de los campos electromagnéticos y sus leyes son descubrimientos tan notables como para echar por tierra las interpretaciones mecánicas newtonianas de la cosmovisión imperante entonces. El mundo, se comenzará a interpretar a mediados de dicho siglo, no es un reloj ni una máquina y está sometido a procesos de entropía y neguentropía, el hombre es una especie que evoluciona y en nuestro universo existen fenómenos y fuerzas que no se ven a simple vista como las ondas electromagnéticas.

Avances científicos del siglo XIX
Hemos visto en los últimos posts de este blog cómo en el siglo XIX se consolida la Revolución Industrial en Inglaterra, se expande por diversos países europeos, salta a los Estados Unidos y termina contribuyendo a que lo que llamamos “industria” o “sector industrial” termine siendo un componente fundamental de los sistemas productivos de todos los países. El crecimiento económico espectacular que determinados países han vivido en el siglo XX se ha debido en gran manera al desarrollo y expansión de la industria, que ha llevado consigo además una increíble creación de puestos de trabajo de todo tipo, en la industria en sí, y en lo que denominamos “servicios”.

El fenómeno de la industrialización hizo que el mundo se dividiera por lo que se refiere a volumen económico, crecimiento y renta per cápita, primero, en países desarrollados, países subdesarrollados y países del tercer mundo, y después, a medida que algunos países de los dos segundos grupos se incorporaban al crecimiento económico, en países desarrollados, países en vías de desarrollo y países subdesarrollados. Con la denominación alternativa más reciente de “economías emergentes” que reciben algunos de ellos.

La segunda de esas dos estructuras, dinámica año a año, en cuanto al lugar de cada país, pero más o menos estable en lo relativo a los tres grupos de países recogidos en ella, parecía haberse establecido para siempre. En las últimas dos décadas sin embargo se han producido cambios en el sistema económico mundial que la están distorsionando muy notablemente. En unos años el ranking de países en términos económicos será muy diferente al prevaleciente en, digamos, 1990.

La industria tiene mucho que ver con estos cambios ya que en la base de ellos está el desmantelamiento de los sectores industriales en los países del primer grupo y su transferencia a los del segundo y tercero.

Nada de eso ocurría en el siglo XIX en el que, por el contrario, los países europeos y los Estados Unidos se industrializaban profundamente y se llenaban de fábricas de todo tipo y de infraestructuras impresionantes como eran, para aquella época, las del ferrocarril. Una industria esta última, muy importante pero a la que acompañaron otras como la del automóvil, la electricidad, o el teléfono, aunque se desarrollaran sólo a finales del siglo.

Fue el primer gran siglo de la técnica y de los ingenieros, aunque como enseguida veremos fue también un gran siglo científico.

A lo largo de él se generaliza y se consolida la racionalidad científico-tecnológica de la que ya hemos hablado intensamente. Una racionalidad materialista, determinista y mecanicista, primero, y muy apegada después, al economicismo, al capitalismo, a la tecnología, a la actividad industrial y al crecimiento continuo. Racionalidad surgida, por cierto, de la revolución científica de los siglos XVI, XVII y XVIII y que la Ilustración francesa (también del siglo XVIII o Siglo de la Luces) ayudó a crear.

Pero antes de hablar con algo más detalle de tal racionalidad conviene revisar aportaciones científicas de gran envergadura llevadas a cabo por personajes muy notables en el siglo al que nos referimos.

Después de todo lo relacionado con la industria, que fue más artesanal y tecnológica que científica, hemos hecho referencia breve al desarrollo de la química en los años finales del siglo XVIII y primeros del XIX, una actividad decididamente más científica, aunque todavía muy ligada a la creación de productos y a su fabricación. Ahora pretendemos referirnos a otros desarrollos verdaderamente científicos del siglo.

Cuatro de ellos destacan por su importancia: 1) la creación y desarrollo de la Termodinámica, la formulación de su segundo principio y la introducción del concepto de “entropía”; 2) la publicación por Charles Darwin (1809 – 1882) de “El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas preferidas en la lucha por la vida” y la aparición, aceptación y difusión del evolucionismo; 3) las explicaciones de la electricidad y el electromagnetismo y la formulación de las leyes de los campos electromagnéticos con la figura central de James Clerk Maxwell (1831 – 1879); y 4) el interés por segunda vez en el siglo por los átomos y la formulación de la mecánica estadística por parte de Ludwig Boltzmann – 1906).

Todos estos avances, que llevaban consigo nuevos descubrimientos sobre la naturaleza de nuestro mundo y nuevas leyes sobre su funcionamiento darían lugar con el tiempo a una nueva racionalidad, o cosmovisión.

Doctor Ingeniero del ICAI y Catedrático de Economía Aplicada, Adolfo Castilla es también Licenciado en Económicas por la Universidad Autónoma de Madrid, Licenciado en Informática por la Universidad Politécnica de Madrid, MBA por Wharton School, Master en Ingeniería de Sistemas e Investigación Operativa por Moore School (Universidad de Pennsylvania). En la actualidad es asimismo Presidente de AESPLAN, Presidente del Capítulo Español de la World Future Society, Miembro del Alto Consejo Consultivo del Instituto de la Ingeniería de España, Profesor de Dirección Estratégica de la Empresa en CEPADE y en la Universidad Antonio de Nebrija.

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