Al hilo del capítulo de conclusiones de Olivier Blancahrd en el libro, What have we learned?, que hemos resumido en los últimos posts, hacemos en éste una serie de comentarios muy personales sobre los fallos de nuestro sistema financiero y las deficiencias de la llamada «economía financiera». Indicamos que nuestro sistema económico está al borde de la bifurcación y que existen prácticas dentro de él que son malas para todos. Mientras que eso está ocurriendo a la vista de todo el mundo, los expertos se dedican a discutir pequeños aspectos de la política monetaria.
Los derivados que son procesos muy antiguos en la historia de la humanidad, por ejemplo, no se consideraron procesos adecuados para las bolsas de valores hasta 1972. Desde 1930 los mercados financieros estuvieron estrictamente regulados y los derivados financieros no se permitieron hasta la fecha indicada. Desde entonces los derivados han ido demasiado lejos al igual que otros componentes de la llamada “ingeniería financiera”.
Lo peor es que esa economía financiera se está separando de la economía real y comienza a tener sus propias reglas. El dinero produce dinero y el mercado de capitales no es ya el mecanismo por el cual el ahorro de las gentes llega a las empresas productivas, las cuales por su parte necesitan a la población trabajadora y le dan empleo. La economía financiera tiene vida propia y no necesita la nube de mano de obra, cualificada o no, que existe en nuestras sociedades.
Si esto sigue así podría producirse una verdadera bifurcación en los países más desarrollados. Hoy ya lo vemos en actuaciones diversas. Los anuncios recientes de las ganancias espectaculares de los bancos, 39 % más que el año pasado en uno y 25 % en otro, de los primeros bancos españoles, lleva a la reflexión. Sin duda es una buena noticia para las bolsas, los mercados financieros, los fondos de inversión y los inversores particulares, y los bancos están obligados a hacer esos anuncios. Para la empobrecida población española y para los casi 13 millones de españoles al borde de la pobreza absoluta, el asunto tiene otra interpretación: es sencillamente una obscenidad.
La bifurcación está ya aquí y los dos componentes de nuestras sociedades funcionan por separado y tienen sus propias leyes. El gran problema, como sabemos, es que eso no puede durar. La inestabilidad política y otros males están a las puertas de nuestro mundo supuestamente desarrollado.
Lo mismo se podría decir de los frecuentes reportajes en nuestros medios de comunicación sobre los resultados económicos de las muchas SICAV existentes en nuestro país. La población no entiende que tan poca gente gane tanto dinero mientras que mucha más gente tiene necesidades extremas y viven tan en precario.
Hay además cosas que nos parecen normales a todos pero que no lo son tanto. Recientemente he oído a un empresario decir que no entendía que llamaran “pelotazo” a invertir 34 millones de Euros en una empresa y venderla en bolsa algún tiempo después por 500. Esos casos nos parecen a todos muy normales en la economía de casino que hemos creado, y mucho más desde luego al que se beneficia de ellos. Es una muestra de nuestra libertad en cuanto a lo que hacemos con nuestro dinero, y mucho más una muestra del mecanismo de libre mercado del que tan orgullosos nos sentimos. La verdad es que tales procesos pueden ser creadores de burbujas y de crisis potenciales, malas para todos. No hay duda al respecto. Van en contra de nosotros mismos y deberíamos protegernos de ellos.
Un ejemplo lo tenemos en la burbuja inmobiliaria vivida recientemente con virulencia tanto en los Estados Unidos como en España. Todos hemos sentido el vértigo que suponía hacernos ricos con el valor de nuestras viviendas, para después, en poco tiempo, hundirnos en la miseria de no vender dichas viviendas ni siquiera bajándolas a menos de la mitad de su precio, mientras que las hipotecas seguían ahí, “vivitas y coleando”.
Es curioso porque si hubiera funcionado el mecanismo de mercado de la vivienda, es decir, si las viviendas se hubieran construido para satisfacer las necesidades de alojamiento de las personas, la crisis no se habría producido. El problema surgió cuando algo tan fundamental como tener un hogar se transformó, una vez más, en una economía tipo casino en la que se compraban pisos no para vivir ni para alquilar sino simplemente para esperar a su revalorización y entonces vender. Algo tan básico como la vivienda se transformó así en un bien especulativo.
La sobreventa de hipotecas, el olvido de los cálculos de riesgo, la titulación de paquetes de deudas y otras prácticas, realmente fraudulentas, de los bancos, han sido, una vez más, responsables de lo ocurrido.
La crisis inmobiliaria americana le costó todo su crédito a un economista que había adquirido una imagen espectacular en los Estados Unidos. Alan Greespan, que fue presidente de la FED desde agosto de 1987 a febrero de 2006, mantenido en el puesto por cuatro presidentes americanos consecutivos, favoreció el uso de los derivados y no prestó atención a la burbuja inmobiliaria. Los dos fenómenos causaron la crisis del 2008. A posteriori, cuando las críticas a su gestión arreciaron, sólo acertó a decir que había creído que el mecanismo de mercado funcionaría y llevaría a la economía al crecimiento en equilibrio.
La verdad es que a la vista de lo ocurrido con la Gran Recesión vivida desde el 2008, el FMI y los economistas cercanos a su actividad, deberían, en sus conclusiones sobre lo que han aprendido, referirse a los fallos intrínsecos del sistema financiero, al no funcionamiento en él del mecanismo de mercado, al uso de instrumentos de dudosa validez para todos, como los derivados financieros, y a las prácticas fraudulentas de los agentes, con particular referencia a los bancos.