Recordamos en este nuevo post las concepciones que se abrieron camino en Occidente en el siglo XIX en relación con la organización de la vida en sociedad y la supervivencia de las personas. Insistimos de nuevo en cómo el liberalismo como concepción fue adoptado generalizadamente y también en cómo las leyes de la naturaleza inspiraron las instituciones creadas en la época. Revisamos en ese sentido la labor previa de los intelectuales ingleses y franceses de los siglos XVII y XVIII y la de la propia Ilustración.
Descubrimos, una vez más, que esas ideas liberales, buenas en principio para el conjunto de la sociedad, llevaron consigo la pobreza y la desigualdad para muchos de sus miembros, las cuales fueron inaceptables a lo largo del siglo y se agravaron hacia su final. Entramos en un tema básico para nuestras reflexiones sobre el bien común, que sencillamente es la sutil distinción entre el interés individual y el egoísmo.
(Imagen del principio tomada de la presentación en powerpoint, El Liberalismo Clásico, de Iván Montenegro https://www.slideshare.net/ivanmontenegro2/el-liberalismo-clasico)

La defensa de las leyes de la naturaleza de los fisiócratas
Adam Smith con el que terminábamos el post anterior, criticó al mercantilismo, al que la Escuela de Salamanca también prestó atención con el nombre de “arbitrismo”. Lo atacó, precisamente por ser una organización de la vida en sociedad, de la creación de riqueza y de la economía, ligada al intervencionismo del estado y al proteccionismo. Algo típico de las monarquías absolutistas y del colonialismo de aquellas épocas pero que ya no encajaba con la industrialización de Inglaterra de la segundad mitad del siglo XIX.
Smith se apoyó también en las concepciones económicas de los fisiócratas, escuela de pensamiento algo posterior al mercantilismo pero anterior al siglo XIX, muy ligada a personajes notables como los franceses François Quesnay (1694 – 1774) y Anne Robert Jacques Turgot, barón de L’Aulne, más conocido como Turgot (1727 – 1781), así como en parte al irlandés Richard Cantillon (1680- 1734) y también en parte el francés Jacques Claude Marie Vincent de Gournay (1712 – 1759), quien a diferencia de los fisiócratas puros creía en la industria y preconizaba la liberalización de todo, comercio e industria.
Todos eran partidarios de liberalizar la actividad económica e introdujeron las ideas del laissez faire lo cual significaba que el funcionamiento de la economía estaría siempre asegurado sin la intervención del estado. Creían fuertemente en las leyes de la naturaleza y asumían la adaptación a ellas de nuestras sociedades, especialmente en lo relativo a la economía. En cuanto al origen de la riqueza, consideraban a la agricultura como la única actividad capaz de crear excedente económico, negando que tal excedente, o productividad, pudiera surgir del comercio y la manufactura.
El orden natural y las desigualdades
Adam Smith conoció y trató a los fisiócratas franceses y se adscribió en parte a sus ideas, especialmente a las del laissez faire y las relacionadas con las leyes de la naturaleza. Su pensamiento fue posterior, sin embargo, e incluyó, como hemos dicho, el nuevo mundo generado por la Revolución Industrial.
Creía en el mecanismo del mercado, relacionado con lo que llamó la “mano invisible”, y pensaba que los hombres persiguiendo su propio interés y trabajando seria y honradamente, conseguirían que la economía y la sociedad funcionaran.
Pero, aparte de esas ideas que él consideraba buenas para todos y necesarias para que el mundo se mantuviera activo por sí mismo, sin la intervención de reyes y estados, todavía no se había formado el capitalismo actual, llamado por algunos “salvaje”, ni se habían producido las grandes desigualdades aparecidas en el siglo XIX. Desigualdades, no nos olvidemos, surgidas con el crecimiento y el aumento de la riqueza que trajo consigo la industrialización de Inglaterra y otros países occidentales.
Hasta entonces el mundo había crecido muy poco a lo largo de siglos y la religión y otras concepciones habían predicado la aceptación del lugar y las condiciones que a cada cual le habían correspondido en la vida. El sentido de progreso no se había introducido todavía en la sociedad aunque la idea de una posible mejora de las condiciones de vida había sido muy importante para la superación del feudalismo y la aparición del parlamentarismo y la democracia. No sin grandes esfuerzos, revoluciones y sufrimientos, la humanidad mejoró en los siglos XVIII y XIX y a principios del XX y tras la Primera Guerra Mundial, la idea de progreso se difundió con fuerza en los países occidentales.
Interés personal vs egoísmo
En relación con estas cuestiones debe recordarse que Adam Smith era un moralista quien antes de su famoso libro, La Riqueza de las naciones, había escrito otro muy destacado enormemente revalorizado en los últimos años. Se trata de, Teoría de los sentimientos morales, publicado en 1750. Revisaba a en él todas las conductas humanas y no dio ninguna importancia al egoísmo, como sí hizo antes que él Thomas Hobbes.
Se ha discutido mucho sobre su concepto básico de la búsqueda de interés personal como base del funcionamiento de nuestras sociedades, al que algunos consideran como egoísmo, pero no parece ser ese el sentido que le dio Smith. En esto está en gran manera las posibles soluciones para nuestro mundo en términos de pobreza, desigualdad y bien común, como veremos más adelante. Junto a la eficiencia que puede proporcionar el libre mercado hay que introducir en nuestro mundo los conceptos de empatía por los demás, ayuda a todos, colaboración y preocupación por reducir la desigualdad y mecanismos correctores en línea con las actuales medidas en pro del bienestar.
De esas interpretaciones de los siglos XVII y XVIII, en cualquier caso, surgió el mundo de siglo XIX, liberal, respetuoso del orden de la naturaleza, de la estructura de propiedad y de la jerarquía social establecida. Y es cierto que con las ideas del liberalismo conservador el mundo se adentró en el siglo XIX y se terminó a primeros del XX con mucha más riqueza pero también con una elevada desigualdad. Hacía 1900 un 10 % de la sociedad europea disfrutaba del 90 % de la riqueza y el mismo porcentaje de la población disfrutaba del 80 % de la riqueza americana.
Una figura destacada en la defensa del libre mercado y de la no intervención del estado, de la primera mitad del siglo XIX, fue el francés Claude Frédéric Bastiat (1801 – 1850), al que prestaremos alguna atención algo más adelante.
Algunas cifras sobre la desigualdad a principios del siglo XX
Los porcentajes de distribución de la riqueza mencionados han mejorado a lo largo del siglo XX y para el 2010, los recursos en manos del 10 % de la población han variado a 75 % para los Estados Unidos, que ha superado en desigualdad a Europa, y a 65 % en esta última región.
La distribución de los ingresos, por cierto, presenta características algo distintas, como nos indica muy bien Thomas Piketty en sus libros y conferencias. En 1900 era Europa la que mostraba más desigualdad con aproximadamente un 47 % del ingreso recibido por el 10 % de la población. Estados Unidos en la misma fecha mostraba un porcentaje de aproximadamente un 42 % recibido por el 10 %. Situación que ha cambiado sorprendentemente en el año 2010, con porcentajes del 48 % del ingreso en manos del 10 % de los americanos y del 38 % en manos del 10 % de los europeos.
La desigualdad medida por la riqueza es siempre más alta que la medida por los ingresos lo cual ha sido expresado por Piketty indicando que la rentabilidad del dinero es siempre superior al crecimiento (r>g). Y se dan hoy varias circunstancias alarmantes: 1) que esa diferencia se ha hecho bastante más elevada desde la crisis de 2007-2008, especialmente en los Estados Unidos; 2) que hacia el futuro, con previsiones de un crecimiento reducido de la economía, la desigualdad puede aumentar; 3) la llamada “economía financiera”, a la que nos referiremos en breve, puede tener influencia en ello; y 4) que la era digital hacia la que vamos parece, de momento, contribuir a esa mayor desigualdad.
El siglo XIX fue también el siglo del socialismo y del parlamentarismo
A principios del siglo XX cuando se gestaba un fuerte crecimiento mundial, consecuencia de la superposición de revoluciones tecnológicas muy poderosas, como la del automóvil, la del motor eléctrico y la electricidad, la de las telecomunicaciones, la del transporte aéreo, la de los medios de comunicación y varias otras, no existía la clase media. La cual se desarrolló sobre todo en las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
El XIX fue un siglo liberal pero fue también, desde luego, el siglo del socialismo y del comunismo, primero, de la mano de los llamados socialistas utópicos como el inglés Robert Owen (1771-1858) o los franceses, Henri de Saint-Simon (1760-1825), Charles Fourier (1772-1837) y otros, y después de los socialistas científicos, como se llamaron ellos mismos, marxistas y comunistas. Dentro de estos últimos están los muy populares, Friedrich Engels (1820-1895), Karl Marx (1818-1883) o Mijaíl Aleksándrovich Bakunin (1814-1876)
Con, por mencionar a todos, los llamados insurreccionistas de François-Noël Babeuf, conocido como Gracchus Babeuf (1760-1797); los neobabuvistas de Filippo Buonarroti (1761-1837) y por el revolucionario y libertario Auguste Blanqui (1805-1881).
Fue también el siglo en el que definitivamente se impusieron en Occidente el parlamentarismo y la democracia. Lo cual no se consiguió sin esfuerzos ni sufrimientos, a pesar del cambio de ideas y concepciones que supusieron la Ilustración y las diversas revoluciones a las que se han hecho referencia.
Tres grandes concepciones del siglo XIX
Se podrían mencionar como resumen, las tres grandes concepciones o interpretaciones sobre cómo organizarnos y vivir en sociedad que dominaron el siglo XIX.
a) De forma generalizada por lo que se refiere a los países occidentales fue un siglo liberal-conservador en el que se extendió la industrialización, tuvo lugar por primera vez en la historia de la humanidad el fenómeno del crecimiento económico y la acumulación de riqueza y se formó el capitalismo moderno que dio un enorme poder a la burguesía.
b) Fue asimismo el siglo en el que se consolidó el parlamentarismo y la democracia.
c) Y fue, desde luego, el siglo del socialismo, del comunismo y de otras concepciones radicales, en el que además surgió el proletariado, se consolidó la clase trabajadora, se crearon los sindicatos, entre muchos otros cambios orientados a mejorar la vida de las personas.
A pesar de todo ello, la pobreza, la desigualdad, la precariedad y la vida difícil para grandes porcentajes de la población, fue la norma, aunque, como ya hemos dicho, la Iglesia Católica de la mano de León XIII, realizó en sus últimos 10 años una labor inmensa en pro del bien común.
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