Continuamos en este post haciendo referencia a las responsabilidades de personas e instituciones en la crisis última y en sus consecuencias negativas. Concluimos que es muy difícil establecer responsabilidades precisas debido a que las crisis se producen a través de mecanismos puestos en marcha en nuestras sociedades todos ellos necesarios, normales e inicialmente deseables. Los excesos en el uso de esos mecanismos, el liberalismo excesivo, la falta de control, la corrupción, las estafas y otros aspectos, se mencionan como posibles desencadenantes, pero la verdad es que una y otra vez tales hechos vuelven a producirse en nuestras economías y no sabemos cómo ponerles coto.
Lo que es bueno en principio termina siendo malo al final. Esto a su vez nos indica que las crisis seguirán produciéndose y serán tan devastadoras como la última. El exceso de capital, su libre movimiento y la necesidad de obtener siempre la rentabilidad más elevada posible, es parte del problema.
Se apuntan además algunas posibles actuaciones, más para paliar el impacto negativo de las crisis que para evitarlas
(Imagen del principio tomada de Sureste Press. https://surestepress.wordpress.com/2017/03/21/la-gran-estafa-llamada-crisis/)
El bien y el mal de los comportamientos económicos
Todos los temas tratados en el último post, son muy conocidos a estas alturas, están muy bien documentados y no requieren ya mucha más atención. Si los he sacado a relucir aquí es para remarcar que los acontecimientos vividos, incluyendo el mal causado a muchas personas, son producto de la dinámica de funcionamiento de nuestro sistema económico y de la aplicación de nuestros conceptos, teorías e interpretaciones más queridas. Si alguien pregunta quién ha sido culpable la respuesta sería, una vez más, la de, “Fuenteovejuna Señor”. Todos hemos sido responsables de los hechos, aunque las consecuencias hayan afectado a unos más que a otros.
Porque, vamos a ver: ¿no es responsabilidad de los gobernantes impulsar el crecimiento y el empleo?; ¿no son los empresarios y emprendedores los encargados de invertir y crear actividad económica?; ¿no se considera fundamental para ello que exista libertad en los mercados?; ¿no es el capital necesario para todo eso?; ¿no estamos contentos todos cuando hay actividad, hay empleo y los precios de nuestras viviendas suben continuamente?; ¿no nos parece magnífico que los bancos den créditos con facilidad?; ¿no es muy difícil que los reguladores actúen cuando las cosas van bien?; ¿no es cierto que utilizar el acelerador y el freno es muy complicado en temas económicos y sociales?, etc, etc…
Es decir, que la potencialidad de las crisis y de sus efectos negativos sobre las personas están en nosotros mismos, en nuestras normas de funcionamiento y en nuestras estructuras, o lo que es lo mismo: en nuestro “sistema”.
El sistema y los antisistema
Quiere decir esto, ¿qué hay motivos para ser “antisistema”?. Yo creo que no, si esto significa ir en contra de todo lo que nos permite vivir en nuestras sociedades que es el “sistema productivo”. Contra él no podemos ir nunca, aunque sí contra algunas de sus normas e instituciones, y desde luego, no ir exactamente “en contra”, sino reformarlas y hacer que funcionen adecuadamente.
En cuanto a la producción, el intercambio y el uso y consumo de los bienes y servicios de lo que vivimos, no hay alternativas, aunque sí las hay en la forma de llevar a cabo esas tareas.
Como consecuencia, y en relación con las dos cuestiones que planteábamos al principio, ¿quién ha sido responsable de la crisis y del deterioro del bien común? y ¿si se puede producir de nuevo una crisis similar?, las respuestas parecen claras: todos hemos sido responsables y las crisis tienen algo de inevitables y se pueden producir en cualquier momento dado el funcionamiento de nuestros sistemas económicos.
El capital y su libre movimiento
Y hay algo sobre lo que yo mismo tengo grandes dudas. Tiene que ver con el capital y la gran acumulación del mismo existente en la actualidad en los países desarrollados. El capital como sabemos, tiene hoy vida propia y se mueve con sus propias leyes. No es desde hace mucho tiempo algo que acompaña en sentido inverso a las transacciones comerciales, a las inversiones e incluso a la compra de acciones en bolsa. Es algo que se mueve solo y busca continuamente la rentabilidad por encima de todo y que con frecuencia la crea artificialmente con especulaciones y burbujas. Es el dinero produciendo dinero sin preocuparse por el cómo, actividad a la que por cierto se dedican cada vez más personas y empresas en nuestras sociedades. Cuando el capital acude con intensidad a algún sector distorsiona las leyes de mercado, crea burbujas especulativas y desencadena las crisis.
Esto es un mecanismo económico de nuestras sociedades difícil de erradicar, entre otras cosas porque en el capital participamos todos, los que más tienen y los que tienen menos. Todas las instituciones protegen al capital y a sus instituciones básicas como los bancos, porque es la sangre que mueve nuestro sistema económico y social.
No se sabe muy bien qué hacer en cuanto a este asunto pero resulta muy claro que la economía financiera que hemos creado es cada vez más abultada y cada vez más distorsionante.
Algunas actuaciones posibles
Si las crisis parecen consustanciales con nuestras economías y no es posible ni predecirlas ni evitarlas, habría que actuar, por lo menos, en la dirección de paliar su impacto negativo. Existen desde luego actuaciones que resultarían muy recomendables en relación con las crisis y sus efectos. Se trata de aumentar los mecanismos correctores del deterioro del bien común cuando las crisis se produzcan. Dichos mecanismos existen hoy en forma de seguros (los de vejez, enfermedad y desempleo son los más conocidos) pero tendrían que haber muchos otros seguros que protejan a las personas. Además, claro está, de crear fondos y medidas para los damnificados como ocurre en las catástrofes naturales. El problema es el coste.
Desde el punto de vista público la única forma de financiar seguros adicionales es aumentando impuestos y estos suelen ser ya excesivamente elevados. Y desde el punto de vida privado se necesita una gran afluencia para poder pagar seguros adicionales. Hay países, como se sabe, en los que en sus épocas de opulencia las personas acomodadas pagan múltiples seguros privadamente, contra el desempleo, contra las catástrofes naturales y contra la ruina misma.
No deja de ser una pescadilla que se muerde la cola, pues una forma de arruinarse puede ser la de pagar muchos seguros, pero con vistas al futuro en el que de momento las predicciones son muy negativas en cuanto al empleo, el envejecimiento y otros aspectos de nuestras sociedades, no hay duda de que habrá que reconstruir nuestros sistemas de funcionamiento. ¿Cómo será posible pagar las pensiones a una población de personas mayores muy elevada?. ¿Qué mecanismos habrá que crear para una sociedad con muy poco empleo fijo y mucho informal, autónomo y esporádico?. ¿Cómo subsidiar el desempleo elevado permanente o de larga duración?.
Las redes de protección internas de las familias
Y quedaría por último insistir en lo que ya hemos tratado es este blog al mencionar los informes de FOESSA: las redes de protección interna de las familias. Tres indicadores han sido mencionados, el Indicador de Recursos Propios del Hogar (IRPH), el Indicador de Apoyo de la Familia y Amigos (IAFA) y el Indicador de Apoyos Formales e Institucionales (IAFIE).
Esas redes de protección interna de las familias que FOESSA identifica y mide y que parecen simples procesos naturales, espontáneos y no formalizados, deberían aumentarse, formalizarse y ser objeto de preocupación pública en las sociedades avanzadas.
Además y claro está, de organizar nuestras sociedades en base a la moral y la ética, la convivencia, la fraternidad, la ayuda mutua, la empatía, la colaboración, el respeto, y si se me apura, en base a la virtud, la belleza, el honor y la dignidad. El bien común está tan relacionado con estas cosas como con la supervivencia económica, el empleo para todos y la buena distribución de la riqueza.