Continuamos rastreando en este post las razones de la pobreza y la desigualdad en nuestro mundo y el deterioro del bien común que se produce con frecuencia en distintos países y en distintas épocas. Revisamos ligeramente la aparición del liberalismo clásico en Inglaterra y mencionamos el papel previo en ello que jugó la Escuela de Salamanca. Recordamos las explicaciones de José María Lasalle sobre las virtudes iniciales del liberalismo y sus mutaciones a peor en el siglo XX. Volvemos a mencionar la relación de la Ilustración con estas cuestiones, la cual ya hemos visto que no fue excesivamente ejemplar. Se termina haciendo referencia de nuevo al liberalismo económico de Adam Smith y a su relación con la aparición del capitalismo moderno.
La formulación del liberalismo clásico

Por lo que hemos visto en los últimos posts, la pobreza y la desigualdad, fenómenos permanentes en nuestras sociedades, pueden explicarse como resultado de las normas que nos hemos dado a nosotros mismos para que el mundo funcione. Son algo intrínseco a esas normas y de ello se deriva la dificultad de su erradicación.
Dichas normas están basadas en derechos que hemos considerado fundamentales, como el derecho a la vida, el derecho a la libertad individual y el derecho a la propiedad privada, así como en otros derechos consuetudinarios. Amen, claro, de derechos más recientes como los incluidos en la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 1948.
Los primeros de estos derechos fueron formulados y aceptados en los siglos XVII y XVIII de la mano de grandes pensadores ingleses como Thomas Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704), David Hume (1711- 1776), Adam Smith (1723-1790) y Edmund Burke (1729-1797), entre otros. Seguidos por Jeremy Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill (1803-1873), que unieron el liberalismo al utilitarismo.
Locke en particular fue un personaje destacado en este terreno quien a pesar de ser médico y filósofo y haber trabajado y escrito ampliamente sobre la teoría de la mente, sobre la conciencia y sobre yo personal, participó en política y contribuyó de forma decisiva a la formulación del liberalismo. Es considerado, de hecho, el Padre del Liberalismo Clásico. Esta labor de carácter político la llevó a cabo a través de su colaboración con Anthony Ashley Cooper, primer conde de Shaftesbury, y tuvo como objetivo la defensa de la legitimidad política de los ciudadanos en relación con el poder de las monarquías absolutistas.
La mutación del liberalismo
Se ha señalado desde antiguo la influencia de la obra política de Locke en la separación de poderes y en el avenimiento de la democracia moderna. Para empezar es muy clara tal influencia en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y en la Declaración de Derechos de 1689. La primera de julio de 1776 y la segunda un documento fundamental redactado en Inglaterra en el año indicado, el cual permitió el papel destacado del Parlamento inglés frente a los reyes de la época.
Lo explica muy bien José María Lasalle (nacido en 1966), actual Secretario de Estado de la Sociedad de la Información y Agenda Digital de España, en su libro, Liberales. Compromiso con la virtud (Editorial Debate), de 2010. Defiende en él lo que llama individualismo virtuoso y explica cómo la libertad del hombre descubierta por el Renacimiento se unió en los años 70 del siglo XVII a la propiedad como instrumentos, ambas, de defensa de las personas comunes frente al poder, cuestión en la que insistieron los puritanos ingleses.
En relación con la conexión entre liberalismo y pobreza que hemos aventurado, recoge el interés de Locke porque el liberalismo no fuera causante de ella. En el epílogo de su obra, dice: «Este liberalismo social que defendió Locke significaba que las desigualdades y diferencias que pudieran surgir del ejercicio laborioso de la libertad, estaban acotadas y condicionadas a unos mínimos de justicia que no podían rebasarse»
Sugiere además, Lasalle, que el liberalismo sufrió una transformación en los años 80 del siglo pasado al hacerse economicista y libertario, defender el egoísmo como máxima para la eficiencia, favorecer la avaricia y exigir la neutralidad del estado.
A estas cuestiones esperamos poder referirnos con más detalle algo más adelante, pero las anunciamos aquí al revisar el momento en el que surgieron las ideas liberales después de una larga época de monarcas que creían haber recibido sus poderes absolutos directamente de Dios. Así como en un mundo gobernado por la nobleza y el clero, poseedores de la tierra, primero, y por esos grupos y una burguesía enriquecida por el comercio y la industria, después.
La Ilustración y las evoluciones del siglo XVIII
A los primeros autores británicos mencionados anteiormente se unieron pronto los bien conocidos representantes de la Ilustración francesa, Charles Louis de Secondat, Barón de Montesquieu (1689-1755), François-Marie Arouet (Voltaire) (1698-1778), Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), Denis Diderot (1713-1784), Jean le Rond D’Alembert (1717-1783) o Paul Henri Thiry, barón de Holbach, (1723 – 1789).
Así como el alemán, e ilustrado por definición, Immanuel Kant (1724- 1804), o los americanos Benjamin Franklin (1706-1790) y Thomas Jefferson (1743-1826)
La mayoría aristócratas o grandes señores de la época que creyeron en el orden natural de las cosas, en la existencia de reyes y poderosos, en la estratificación de la sociedad, en la propiedad privada, como hemos dicho más arriba, y en el hombre libre, especialmente el protegido por su riqueza y poder. Fueron en general conservadores y por lo que se refiere a los ingleses, representantes del liberalismo conservador británico
Las cosas cambiaron, sin embargo, con la Revolución Americana o Revolución de las Trece Colonias, iniciada en 1765 y culminada en 1776 con la independencia de los Estados Unidos y, muy especialmente por lo que se refiere a Europa, con la Revolución Francesa de 1789.
Con el mundo cambiado profundamente por el Renacimiento, movimiento cultural europeo de los siglos XV y XVI, por la Revolución Científica de los siglos XVI al XVIII, la Revolución Industrial de la segunda mitad del XVIII y primera del XIX, las revoluciones sociales mencionadas, y la aparición del capitalismo moderno, o industrial, el siglo XIX fue un periodo de profundas transformaciones en todos los órdenes.
Adam Smith y la aparición del capitalismo
Aunque se mantuvo, con especial referencia a Occidente, como un mundo capitalista y liberal en el que las cosas cambiaron pero sin afectar grandemente al poder de la riqueza y a la defensa del orden establecido. Fue un mundo organizado alrededor de las ideas de los pensadores citados, de entre los cuales hay que hacer notar por lo que se refiere a la economía, a Adam Smith. De él y de sus explicaciones se deducen los fundamentos inmutables del capitalismo, especialmente en relación con las leyes de mercado y con la libre competencia.
A Adam Smith se le considera el padre de la economía moderna aunque en su época no existía el término “economía” ni algo como lo que hoy llamamos “economista”, además de que Smith fue, sobre todo, un filósofo dedicado a la ética, además de escritor de política, jurisprudencia, literatura e historia, Existía, eso sí, la denominación “Economía Política”, introducida por el francés Antoine de Montchrestien (1575-1621) en 1615, la cual fue ampliamente utilizada por Smith.
La palabra economía se fue haciendo independiente a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, época en la que apareció el concepto de teoría económica y, unido a él, el de ciencia económica. Construida un poco a posteriori, la lista de economistas de ese siglo es muy larga en todos los países europeos, incluyendo el nuestro con un número importante de ellos. Lo curioso es que los que dominan el panorama histórico de la ciencia económica en todos sus aspectos son los autores anglosajones. El capitalismo y la teoría que lo sustentan son en nuestros días fundamentalmente británicos y norteamericanos. Sólo hay que tener en cuenta la lista apabullante de Premios Nobel de Economía procedente de esos países.
La Escuela de Salamanca
Sólo como comentario rápido me gustaría decir que hay muchos que consideran las ideas de libre mercado y competencia con todas sus implicaciones en el mecanismo de formación de los precios de los productos y su importancia para el crecimiento, la creación de riqueza y el bien común de las gentes, como aportación inicial de la Escuela de Salamanca.
Dicha escuela, como es sabido, fue producto de la colaboración de profesores y autores de las universidades de Salamanca y Coimbra, primero dominicos y después jesuitas, con algún que otro franciscano. Estuvo muy activa desde mediados del siglo XVI a últimos del siglo XVII, coincidiendo en gran manera con el Siglo de Oro español.
Entre sus componentes se suele citar a: Francisco de Vitoria (1483 o 1486-1546), Domingo de Soto (1494-1560), Luis de Alcalá (1490-1549), Martín de Azpilcueta (o Azpilicueta) (1492-1586), Tomás de Mercado (1523 ó 1530-1575, Francisco Suárez (1548-1617) o Luis de Molina (1535-1600). Todos ellos estuvieron interesados en estudiar el nuevo orden económico y social que se abría paso en el mundo con la riqueza producida por el comercio internacional en la época del mercantilismo y con el advenimiento de la Edad Moderna. Como sacerdotes católicos que eran, la mayoría de ellos, estuvieron también preocupados por el resurgir de la teología y por la adaptación de los nuevos tiempos al tomismo. En este último sentido tuvieron una actuación muy destacada en el Concilio de Trento (celebrado intermitentemente de 1545 a 1563).
Libertad y mecanismo de mercado
Para lo que nos interesa en este blog, el bien común y su evolución histórica, conviene mencionar la importancia dada por Smith al crecimiento económico y al bienestar de todos los hombres deducidos de la actividad productiva de la época, fuertemente ligada a la producción de tipo industrial traída consigo por La Revolución Industrial. Defendió, como ya habían hecho los miembros de la Escuela de Salamanca, la libertad personal, el interés individual y la libre competencia, como reglas para el funcionamiento de nuestras sociedades.
El libre mercado comenzó a ser conocido en aquella época como la máquina poderosa de la innovación y el crecimiento, y el capitalismo como el milagro que nos mantiene a todos activos, juntos y relativamente en paz. Proporcionando además bienestar para todos. Infinidad de autores se han referido, como es lógico, a estas cuestiones, pero una obra que me gustaría mencionar por su modernidad, por adelantarse a concepciones actuales y por entrar en temas como la coexistencia de la competencia con la cooperación y los procesos de aprendizaje es: The Free-Market Innovation Machine, de William J. Baumol (Princenton University Press, 2002).
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