Se ha dicho anteriormente en este blog que el esoterismo surgió en el siglo XIX como reacción de algunas personas sensibles al mundo de la mente, de las ideas abstractas y, con frecuencia, de la mística y la religiosidad, al materialismo de la ciencia y la tecnología. Muchos filósofos conocidos reaccionaron también al empuje de los descubrimientos sobre la naturaleza de nuestro mundo y del hombre en sí mismo, el cual fue considerado en ese siglo como simple producto de una evolución naturalista . Nos referimos en este post a ese tema como paso previo para recordar en el próximo lo que Gary Lachman recoge en el libro que venimos comentado sobre otros dos destacados filósofos «oficiales», después de haberse referido a William James.

La resistencia al materialismo extremo, al reduccionismo y al nihilismo, a lo que llevaba la ciencia del siglo XIX, después de las grandes explicaciones sobre la naturaleza de nuestro universo de la Revolución Científica, hizo, como ya se ha dicho en otros posts, que los filósofos y otros hombres relacionados con el pensamiento reaccionaran con fuerza resistiéndose al acorralamiento sufrido por el mundo de las ideas abstractas, de la subjetividad y de la consciencia.
La Ilustración, que, aparte de tratar de borrar a Dios de la mente de los hombres y de la sociedad en su conjunto, tuvo especial interés en dejar claro que el hombre era sólo materia y sólo una máquina automática, alarmó a muchos filósofos. La verdad es que los alarmó por un lado pero los entusiasmó por otro, ya que la Ilustración creyó también en el poder de la racionalidad humana, de la ciencia y de la técnica para construir un mundo mejor, más igual, más avanzado, más culto y más humano en algún sentido. La Ilustración, como bien se sabe, y de acuerdo con sus fundadores, tenía como finalidad “la disipación de las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la razón”.
Estos objetivos y la propia revolución francesa deslumbraron a filósofos puros como Immanuel Kant (1724 –1804), Georg Hegel (1770-1831) o Friedrich Schelling (1775-1854), pero no los hicieron sucumbir a la fuerza del empirismo inglés y a los extremos del cientifismo en cuya importancia la Ilustración insistió mucho y que ellos mismos admiraron en algún sentido, entendieron y utilizaron. No se puede decir que los filósofos a que nos estamos refiriendo fueran enemigos de la ciencia, pero sí que todos ellos pusieron el énfasis en el poder de las ideas. El primero, de hecho, trató de combinar el conocimiento empírico que llega de fuera del hombre con la lógica y la racionalidad de la mente que está allí en el interior del hombre. Los otros dos, junto con Johann Fichte (1762 – 1814), llegaron más lejos en la defensa de la subjetividad y fueron los creadores del idealismo alemán, el cual con Hegel se transformó en un idealismo absoluto.
Hacemos esta breve, y sin duda simplista, incursión en la obra de algunos filósofos “oficiales” del siglo XIX para indicar que la resistencia al empuje de la racionalidad científica no fue sólo algo de los esotéricos, sino algo de los filósofos en general. Algunos, no obstante, como William James, ya a caballo de los siglos XIX y XX, mencionado en el post anterior, se acercaron algo más al mundo del misticismo, el ocultismo y el esoterismo, probablemente porque para entonces la psicología ya era una ciencia conocida y James en concreto era un psicólogo profesional además de un filósofo.
La Ilustración, que, aparte de tratar de borrar a Dios de la mente de los hombres y de la sociedad en su conjunto, tuvo especial interés en dejar claro que el hombre era sólo materia y sólo una máquina automática, alarmó a muchos filósofos. La verdad es que los alarmó por un lado pero los entusiasmó por otro, ya que la Ilustración creyó también en el poder de la racionalidad humana, de la ciencia y de la técnica para construir un mundo mejor, más igual, más avanzado, más culto y más humano en algún sentido. La Ilustración, como bien se sabe, y de acuerdo con sus fundadores, tenía como finalidad “la disipación de las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la razón”.
Estos objetivos y la propia revolución francesa deslumbraron a filósofos puros como Immanuel Kant (1724 –1804), Georg Hegel (1770-1831) o Friedrich Schelling (1775-1854), pero no los hicieron sucumbir a la fuerza del empirismo inglés y a los extremos del cientifismo en cuya importancia la Ilustración insistió mucho y que ellos mismos admiraron en algún sentido, entendieron y utilizaron. No se puede decir que los filósofos a que nos estamos refiriendo fueran enemigos de la ciencia, pero sí que todos ellos pusieron el énfasis en el poder de las ideas. El primero, de hecho, trató de combinar el conocimiento empírico que llega de fuera del hombre con la lógica y la racionalidad de la mente que está allí en el interior del hombre. Los otros dos, junto con Johann Fichte (1762 – 1814), llegaron más lejos en la defensa de la subjetividad y fueron los creadores del idealismo alemán, el cual con Hegel se transformó en un idealismo absoluto.
Hacemos esta breve, y sin duda simplista, incursión en la obra de algunos filósofos “oficiales” del siglo XIX para indicar que la resistencia al empuje de la racionalidad científica no fue sólo algo de los esotéricos, sino algo de los filósofos en general. Algunos, no obstante, como William James, ya a caballo de los siglos XIX y XX, mencionado en el post anterior, se acercaron algo más al mundo del misticismo, el ocultismo y el esoterismo, probablemente porque para entonces la psicología ya era una ciencia conocida y James en concreto era un psicólogo profesional además de un filósofo.