Terminamos con este post el recorrido por las aportaciones de Charles Darwin a la ciencia que hemos realizado a lo largo de los seis últimos. Se trata de una obra típica del siglo XIX ya que Darwin nació al principio de dicho siglo y murió al final. Es un siglo, como hemos dicho en varias ocasiones, muy importante en términos científicos, no sólo por los grandes descubrimientos conseguidos y las teorías científicas formuladas, sino por por la consolidación de la ciencia como actividad humana que se produce en él y por la definitiva definición que se hace del científico e investigador profesional en ese periodo, con particular referencia a Europa. Aprovechamos para hacer un resumen de la teoría de la evolución en el que señalamos cuatro aspectos: 1) la evolución continua de las especies; 2) la adaptación al medio que dirige dicho proceso; 3) el origen común de todas las especies; y 4) la lucha por la vida, la supervivencia y la selección natural, mecanismo a través del cual se produce la evolución misma. Sugerimos además, muy ligeramente, que la teoría de la evolución constituye en sí misma un cambio general en la concepción e interpretación del hombre de su mundo y de lo que él mismo es y hace en él, Una interpretación que junto con otras concepciones del siglo XIX relacionadas con la idea de «evolución» va a dar lugar a una nueva cosmovisión. La quinta en nuestra cuenta particular.

La idea de la evolución, fue central en el siglo XIX y apareció, como ya hemos dicho en anteriores posts, en varios frentes a la vez: en el de la termodinámica, en el del estudio de la Tierra, en el estudio de los animales y al final del siglo en el propio estudio de la sociedad, con el darwinismo social de Herbert Spencer (1820 – 1903).
Darwin, siguió a Lyell en temas geológicos y se adscribió al uniformismo en cuanto a los cambios geológicos en el planeta Tierra, es decir, a cambios continuos a través de los años y contando con larguísimos periodos de tiempo. La Tierra y su naturaleza “evolucionan de forma continua”. Esta idea la aplicó él a los animales y a la vida en general, aunque hay que decir que en su famoso libro evitó todo lo que pudo la referencia al entonces controvertido término “evolución”, así como al hombre mismo, tema que trató en un libro posterior. Esto no evitó que la gente entendiera que según las teorías de Darwin el hombre procedía del mono, lo que le costó grandes críticas y burlas de la sociedad de su tiempo.
Sus observaciones y datos sobre la evolución de las especies, sin embargo, fueron indiscutibles y sus hipótesis sobre la adaptación al medio incuestionables.
La adaptación de las especies a su entorno, por tanto, fue su segunda gran hipótesis, demostrada ampliamente por evidencias como los fósiles y otras. Una cita del comienzo de su libro, El origen de las especies, tomada de Wikipedia lo deja claro:
“Como de cada especie nacen muchos más individuos de los que pueden sobrevivir, y como, en consecuencia, hay una lucha por la vida, que se repite frecuentemente, se sigue que todo ser, si varía, por débilmente que sea, de algún modo provechoso para él bajo las complejas y a veces variables condiciones de la vida, tendrá mayor probabilidad de sobrevivir y, de ser así, será naturalmente seleccionado. Según el poderoso principio de la herencia, toda variedad seleccionada tenderá a propagar su nueva y modificada forma”
Una cuestión más fue la del origen común de todas las especies. Darwin fue claro al respecto: no creía y así lo escribió, que las especies se hubieran creado por separado. Todas tenían un origen común si nos vamos atrás en el tiempo hasta las bacterias y los virus del caldo primigenio en el que nació la vida. Los animales proceden todos de un tronco común. La vida era, para Darwin, un árbol frondoso.
Y, por último, la Gran Idea, su “Eureka”: la selección natural. Ese gran paso fue la identificación del mecanismo a través del que la evolución procede. Darwin concibió, al parecer leyendo a Malthus, como ya se ha dicho, que la lucha por la supervivencia era el mecanismo y que en esa lucha vence el más apto, o el que más oportunidades consigue para reproducirse. Lectura que al parecer hizo en 1938, dos años después de volver de su viaje y con sólo 29 años de edad. Exactamente 21 años antes de que su libro fuera publicado, tiempo en el que siguió investigando, haciendo experimentos y reflexionando.
Una obra grandiosa hecha sin conocimientos fundamentales inexistentes en el siglo XIX, como los genes y la genética, o existentes pero que no se difundieron en aquella época, como las leyes de la herencia de Gregor Mendel (1822 – 1884), publicadas en 1866, de las que al parecer Darwin recibió una copia que no llegó a leer.
Esas leyes y otros conocimientos han hecho que la teoría actual de la evolución quede plasmada en tres principios fundamentales:
1.- Variación genética susceptible de ser heredada
2.- Sobreproliferación a partir de los progenitores
3.- Mejor adaptación al entorno de los descendientes con éxito. (Ver Peter Atkins (nacido en 1940))
__________________________________________
Peter Atkins, El dedo de Galileo. Las diez grandes ideas de la ciencia. Espasa Calpe, Madrid, 2003