Dedicamos este post a revisar algunas de la aportaciones adicionales de Michael Faraday a la electricidad y el electromagnetismo, así como otras aportaciones en el terreno de la electroquímica. Es conveniente mencionar en este sentido que aunque definitivamente le interesó mucho más el electromagnetismo que la electroquímica, ostentó toda su vida el título de Profesor Fulleriano (1) de Química de la Royal Institution.

Continuando con la actividad de Faraday en la Royal Institution, a lo que se ha hecho alguna alusión en los posts anteriores, es importante indicar que Humphry Davy se disgustó seriamente con su asistente por el hecho ya mencionado de no ser incluido entre los autores del experimento descrito al final del post anterior, y quizás, más bien, por la dedicación de Faraday a investigaciones no relacionadas con la electroquímica. El resultado fue que tampoco Davy lo incluyó en experimentos y publicaciones de su propia área de trabajo posteriores y al mismo tiempo Faraday evitó dedicarse al electromagnetismo y se concentró en la electroquímica durante el resto de años que trabajó con Davy. Muestra, una vez más, de su honorabilidad.
Demostró también en esos años su capacidad en el terreno de la química y de la electroquímica, con el descubrimiento del benceno y sus trabajos sobre distintos otros elementos químicos. Construyó un aparato antecesor del posterior «mechero de Bunsen», inventó el sistema de números de oxidación (o medida del estado de oxidación de un átomo, que tiene que ver con la pérdida de uno o más electrones de un átomo de un elemento compuesto) e introdujo términos como ánodo, cátodo, electrodo y ion. Todo lo cual puede verse en Wikipedia.
No fueron muchos años los dedicados a la electroquímica pues hablamos de 1821 ó 1822 y Davy murió en 1829. En ese momento Faraday pasó a ser el director de la Royal Institution por demanda popular y se concentró entonces en sus estudios sobre electricidad, magnetismo y energía cinética producida por el electromagnetismo. Pasó entonces a impartir muchas conferencias en público, actividad que en la época era muy demandada en Inglaterra y a la que asistían muchas personas, muestra, por cierto, de la sociedad inglesa del siglo XIX, rica, culta y muy interesada en la ciencia y la tecnología. Es algo, esto último, muy interesante de destacar por su relación con nuestra tesis de la evolución del cerebro humano en su conjunto y de la racionalidad, a través de los descubrimientos importantes sobre la física y la naturaleza y su difusión en la sociedad.
Los descubrimientos de Michael Faraday no se detuvieron en lo ya explicado de trasformar la corriente eléctrica en movimiento y energía rotatoria. Su increíble intuición lo llevó a pensar que el fenómeno inverso, es decir, la transformación de movimiento en corriente eléctrica, debería ser posible también. Demostrarlo le llevó cierto tiempo, pero en un momento determinado, hacia 1831, al realizar un experimento en el que movía un imán situado en el interior de una bobina de cable eléctrico, comprobó que la aguja de un medidor de corriente eléctrica conectado a la bobina se movía ligeramente y luego volvía su posición inicial. Fue suficiente para él, lo que otros hubieran, o no notado o considerado un pequeño accidente, fue para él la prueba de que la energía cinética del movimiento podía transformarse en energía eléctrica. A partir de ese momento se necesitaron todavía unos 40 de desarrollo tecnológico para construir motores y generadores de electricidad prácticos, pero el principio del camino que llevó a ellos había sido establecido.
Hizo muchos otros descubrimientos, entre ellos el de la inducción eléctrica. También, y al final de su vida activa, tuvo la intuición de que la luz podía ser un fenómeno formado por la oscilación de fuerzas eléctricas y magnéticas dando pie con ello a lo que se conoce como efecto óptico-magnético. Por no detenernos en sus intuiciones sobre las ideas de campo electromagnético, líneas de fuerza, y las posibles leyes de dichos fenómenos. Así como intuiciones memorables y muy adelantadas a su época como la existencia de nanopartículas.
Dejó perfectamente documentados más de 600 experimentos que había realizado en su vida, muchos de ellos, como es lógico, sin resultado práctico alguno. Lo que lo sitúa, no obstante, como uno de los investigadores más importantes de todas las épocas.
No profundizar en la explicación de los campos magnéticos y sus leyes fue una de sus asignaturas pendientes, aprobada, como muy bien se sabe, como unos seis años después de su fallecimiento, por otro genio de la época: James Clerk Maxwell.
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(1) En la Royal Institution se crearon una serie de cátedras por la labor filantrópica de John Fuller, un mecenas inglés de los primeros años del siglo XIX