Continuamos en este post con el segundo tema anunciado en el anterior en relación con actuaciones posibles en los países desarrollados para evitar el «estancamiento secular» hacia el que vamos. Se trata del aumento de las inversiones públicas, conocido remedio inventado por Keynes, que ahora vuelve, quizá un poco, por no saber qué hacer. No está mal ya que cómo se puede leer en la figura ilustrativa del post anterior el gasto de todos y la inversión no se pueden detener, por lo menos hasta que no encontremos otra forma de vida de las personas que no esté relacionada con la producción y el consumo.
En cualquier caso resulta increíble que las dificultades y las miserias de tantas familias dependan hoy de teorías explicativas inciertas sobre los fenómenos económicos y de las actuaciones imprevisibles de los políticos que están siempre aprendiendo y nunca tienen prisa para nada.
Y lo más grave es que la austeridad como objetivo básico de todo, pasó hace algún tiempo de los gobiernos a las empresas y hoy no existe en estas últimas y en la mayoría de las instituciones privadas, en términos de actuación, otra cosa que “Austeridad”, con mayúsculas y entre comillas.
La austeridad actual de las empresas es alarmante y decepcionante, especialmente la de muchas grandes empresas, que además no tienen excesivos motivos para mantener esa política de actuación después de haber reducido sus deudas en muchos casos. No están ni invirtiendo en las mejoras en gestión más elementales con lo que su retraso puede anunciarse por adelantado. Aparte, claro está, de que no invertir en mejoras y no dar trabajo a otras empresas es una forma clara de suicidio colectivo.
Por no hablar, desde luego, de la “austeridad” en los sueldos bajísimos y en los puestos de trabajo precarios que, como es lógico, contribuyen también al bajo consumo actual y a la deflación hacia la que vamos.
Como con tantas otras cosas utilizadas en exceso y en exclusiva, la austeridad está empezando a ser uno de los más graves problemas actuales en países como el nuestro. Especialmente, ahora, la austeridad de las empresas, en la cual parece que muchas se encuentran muy a gusto.
El electroencefalograma plano se está imponiendo en los países desarrollados y resultados modestos como los de España son tratados casi como milagros, creyendo además que todo lo malo ha pasado ya.
Yo soy defensor y admirador de la labor en términos económicos de Rajoy y su gobierno y entiendo muy bien el interés que España está despertando en el mundo, pero no dejo de ser consciente de las debilidades y problemas de los países desarrollados, incluyendo el nuestro.
El exceso de liquidez en manos privadas, la falta de oportunidades de negocio, la escasez de crédito y otras circunstancias actuales, están llevando a la economías de los países desarrollados a una de las peores circunstancias que se puedan imaginar: la baja velocidad del dinero. La deflación que va unida a ello es un riesgo que hay que evitar a la mayor urgencia posible.
Sin dinero y sin que este fluya con rapidez, no puede haber despegue en ninguna economía. Estamos en gran manera bajo el síndrome al que John Maynard Keynes llamó “liquidity trap” o “trampa de liquidez”, un concepto un poco simple y obvio que a él le resultó muy útil para convencer a todo el mundo en su época y desencadenar una oleada de inversiones públicas en todos los países.
En su sentido clásico dicha situación se produce cuando debido a los bajos intereses, la falta de oportunidades de inversión y los altos riesgos, la gente prefiere tener el dinero en su casa y, como consecuencia de ello, no se mueve como debería hacerlo. Situación probablemente agravada hoy porque el dinero que se mueve lo hace a través de Hedge Funds, derivados y otras prácticas especulativas de dudoso beneficio para la sociedad.
No es extraño, por tanto, que el Fondo Monetario Internacional esté en la actualidad insistiendo en la necesidad de que los países más importantes inviertan en grandes infraestructuras públicas. Olivier Blanchard, su economista jefe, está difundiendo la idea y escribiendo sobre ella en medios muy diversos. Se refiere sobre todo a países como los Estados Unidos y Alemania que necesitan remozar sus buenas pero viejas infraestructuras.
Hay que esperar que no tenga que pedir excusas sobre ello como pasó hace unos años con su excesivo apoyo a las medidas de austeridad en Europa.
No se puede estar en contra de dichas inversiones pero hay que recordar que España está llena de autopistas de peaje no utilizadas y aeropuertos cerrados sin haber sido inaugurados.
Ninguna de dichas medidas pueden ser desechadas, ni mucho menos las 800 (muchas parecen) aprobadas por los países del G-20 en su reunión de Brisbane, pero yo creo que hay que imaginar nuevas medidas que actúen directamente sobre la excesiva deuda de las PYMES, los autónomos y las familias y sobre las elevadas bolsas de desempleo. Sobre lo primero, y como ya hemos dicho, el mismo Rogoff ha hablado insistentemente de la conveniencia de condonar o hacer quitas de las deudas actuales. Lo ha dicho en multitud de ocasiones en relación con los gobiernos y con los bancos, pero de la misma forma, y con más motivos, se tendría que hacer con las pequeñas empresas y las familias.
En cuanto al desempleo, es hora de emplear medidas directas de creación de puestos de trabajo como la promoción de empresas sociales y la búsqueda y potenciación de la labor de emprendedores. No necesariamente de emprendedores de empresas avanzadas sino de empresas de todo tipo incluyendo las de actividades y servicios más convencionales. Todo menos dejar que la pobreza y la desigualdad se extiendan como se están extendiendo en la actualidad. Tema sobre el que nos ha hablado extensamente Thomas Piketty, en su obra de años y en su ultimo libro,Le capital au XXIe siècle