Como en muchas otras parcelas de la ciencia, también en los principios del electromagnetismo se produjo una aportación a su desarrollo de muchos investigadores inteligentes. A las explicaciones de los pioneros siguen enseguida otras que las perfeccionan y completan. Son concatenaciones muy conocidas pero que pocas veces han sido interpretadas como procesos de aprendizaje colectivo, y, mucho menos, como evolución del cerebro de la especie humana. En lo que sigue se revisan algunos de los pasos iniciales en las interpretaciones del electromagnetismo y se sugiere el posible enriquecimiento de la mente del hombre y su concreción en cerebros más desarrollados de dicha especie.
En el anterior post nos detuvimos en las aportaciones de André-Marie Ampère (1775 – 1836) al electromagnetismo y en este continuamos refiriéndonos a él y a su obra. Ampère fue un científico muy notable que hizo grandes aportaciones en el terreno de las matemáticas en relación con la teoría de probabilidades y con la integración de las ecuaciones diferenciales parciales. Además de sus trabajos sobre la electrodinámica y el electromagnetismo fue pionero en términos científicos en cuanto a hacer una interpretación molecular del magnetismo y la corriente eléctrica, al considerar que los dos fenómenos son resultado del movimiento de minúsculas partículas del interior de la materia cargadas eléctricamente. Aportación valiosísima hecha en una época en que no se admitía la existencia de dichas partículas, cosa que no fue aceptada hasta sesenta años más tarde cuando se descubrió el electrón. Fue además inventor del galvanómetro (detector y medidor de una corriente eléctrica), de uno de los primeros telégrafos eléctricos, coinventor del electroimán y creador de los términos “corriente eléctrica” y “tensión eléctrica”, entre otras realizaciones.
En paralelo con él muchos otros científicos en Europa y en los Estados Unidos trabajaron en el terreno del electromagnetismo, no sólo en sentido científico sino en sentido práctico, cosa esta última que resultó muy clara para muchos investigadores de la época y a la que Faraday va a dar el impulso definitivo.
En Inglaterra, por ejemplo, también muy pronto se construyó un electroimán, hacia 1825, por parte de William Sturgeon (1783 – 1850), físico e inventor británico, a quien se le asigna el mérito de haber inventado el electroimán (como Ampère) y el de haber construido el primer motor eléctrico que funcionó como tal.
Otros muy conocidos científicos como los alemanes Georg Simon Ohm (1789-1854), Johann Karl Friedrich Gauss (1777 – 1855), Wilhelm Eduard Weber (1804 – 1891) y Heinrich Friedrich Emil Lenz (1804 – 1865) así como el americano Joseph Henry (1797 – 1878), todos más o menos contemporáneos de Faraday, hicieron grandes contribuciones al entendimiento del electromagnetismo. Se confirma así otra de las características de la racionalidad científica, relacionada con lo que hoy llamaríamos “inteligencia colectiva”, es decir, con el perfeccionamiento de las interpretaciones sobre hechos naturales conseguido por la aportación de científicos e intelectuales diferentes que perfeccionan las ideas iniciales sobre los fenómenos físicos. Si nuestra sugerencia de que los descubrimientos importantes sobre fenómenos naturales hacen evolucionar el cerebro de los científicos que los llevan a cabo, con la aparición de nuevas redes neuronales en sus propios cerebros, es cierta, habría que perfeccionarla indicando que tal evolución se produce no sólo en un científico aislado sino en todos los que en paralelo o consecutivamente perfeccionan las teorías explicativas. Lo que evoluciona, por tanto no es un cerebro aislado, sino muchos, uno detrás de otro, es decir, el “cerebro humano” en su conjunto.