Seguimos rastreando en este post los avances científicos y tecnológicos de los últimos siglos tratando de encontrar pautas que expliquen cómo las ideas más abstractas que surgen en la mente del hombre se relacionan con la búsqueda de leyes científicas sobre los fenómenos naturales, con los desarrollos tecnológicos a que dan lugar dichas leyes y con el impacto de dichos avances en la sociedad. Hemos llamado a las concepciones e interpretaciones que los hombres terminan adquiriendo de todo ello, «cosmovisiones», y vamos detrás de su explicación y de su papel en el mundo que terminamos creando. En el post anterior comenzamos a revisar el caso de la electricidad y del electromagnetismo, uno de los avances más espectaculares de la humanidad, llevado a cabo en el siglo XIX, En éste continuamos con dicha revisión deteniéndonos en las primeras etapas relacionadas con la electricidad estática.
Algunos no creen que exista lo mágico en nuestro mundo, pero el electromagnetismo nos lo recuerda una y otra vez. Es lo que nos permite, por ejemplo, el descenso y anclaje del módulo Philae en el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko bajando desde la sonda espacial Rosetta que fue enviada al espacio hace diez años y que orbita hoy alrededor de dicho cometa. Desde allí nos envía, mediante ondas electromagnéticas, información diversa sobre los arcanos de la vida y el universo.
Tendremos que ponernos de acuerdo en cuanto al significado de lo mágico, pero es desde luego cierto que si un hombre que hubiera vivido a finales del siglo XIX volviera hoy a la vida encontraría que todo es mágico en nuestro mundo. Se entiende también muy bien que Arthur C. Clarke, en su famosa tercera ley dijera que: “Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.
Pero volviendo a la electricidad y al electromagnetismo, debemos recordar que ciertos fenómenos magnéticos y eléctricos eran conocidos desde la antigüedad y que fue hacia 1600 cuando algunos personajes notables, científicos incipientes en aquellos años que entonces eran llamados filósofos naturales, decidieron analizar y reflexionar sobre las propiedades del ámbar, los relámpagos, el fuego de San Telmo y la capacidad de ciertos peces para cazar a sus presas, que hoy llamamos descargas eléctricas.
Fue el médico inglés Wlliam Gilbert (1544 – 1603) quien casi al final de su vida, en 1600, escribió, De Magnete, Magneticisque Corporibus, et de Magno Magnete Tellure; Physiologia noua, plurimis & argumentis, & experimentis demostrata, conocido popularmente como «De Magnete». La verdad es que siendo un médico famoso distinguido por los reyes de Inglaterra, dedicó su vida a muchas otras materias, particularmente la física en general y el magnetismo en particular, tema, este último, al que dedicó muchos años de estudio y trabajos diversos.
Gilbert es uno de los primeros filósofos naturales a los que se podría llamar científicos, ya que fue riguroso y sistemático en sus estudios y combinó la observación detallada de los fenómenos de la naturaleza con la formulación de hipótesis alternativas y la experimentación. Veinte años mayor que Galileo y fallecido a una edad más temprana, su obra fue muy destacada y comparable en algunos aspectos a la de este italiano, padre de la ciencia, aunque no haya llegado a ocupar un lugar tan señalado en la historia de la ciencia.
Experimentó con la electroestática y el magnetismo y definió como fuerza eléctrica a la atracción que se producía al frotar con seda objetos hechos con sustancias tales como el ámbar o el cristal. Distinguió entre materiales conductores y materiales aislantes e ideó el primer electroscopio.
Dedicó más atención al magnetismo que a la electricidad aunque fue el que introdujo el término “eléctrico”. A pesar de la importancia de su obra en este terreno, sus estudios quedaron sin continuidad durante algo más de un siglo. Hubo que esperar de hecho a la década de 1730 para que se volviera a prestar atención a la electricidad estática. El francés Charles Du Fay (1698 – 1739) hacia mediados de esa década sugirió que había dos tipos de electricidad o dos tipos de cargas eléctricas, a las que llamó positivas y negativas. Descubrió además que las cargas del mismo signo se repelen y las de signo contrario se atraen.
Se apoyó en los trabajos del experimentador inglés Stephen Gray (1670 – 1736) quien había transmitido o trasladado la influencia eléctrica estática de un extremo a otro de una barra y había aislado objetos cargados de electricidad. Dufay llegó a cargar de electricidad el cuerpo de un hombre aislado y suspendido con cintas de seda y consiguió que de él saltaran chispas. Imaginó una teoría según la cual la electricidad se describía en términos de dos fluidos diferentes (ver John Gribbin, Historia de la Ciencia) (*).
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(*) John Gribbin,Historia de la Ciencia. 1543 – 2001, Crítica, Barcelona, 2002