Volvemos después de algún tiempo a publicar nuevas entradas en este blog. Lo hacemos siguiendo con nuestro análisis de la evolución científica y tecnológica de la humanidad y las relaciones entre las interpretaciones científicas sobre nuestro mundo que periódicamente llevamos a cabo y lo que los hombres terminamos haciendo en términos de tecnología, economía y organización social. Continuamos con lo acontecido en el siglo XIX, un siglo relevante en términos científicos que dio lugar a una nueva gran cosmovisión. Es la desarrollada alrededor del segundo principio de la termodinámica, la teoría de la evolución, el descubrimiento del electromagnetismo, la aportación de la teoría atómica de la naturaleza, el carácter ondulatorio o probabilístico de la materia y el descubrimiento de fenómenos como la radiactividad. En el presente y en los cuatro próximos posts abordamos la formulación de la teoría de la evolución de las especies de Darwin.

Se dieron en dicho siglo pasos muy destacados y cambios radicales en cuanto a las interpretaciones sobre la naturaleza de nuestro mundo y en cuanto a las concepciones, percepciones y valoraciones de lo que es la materia, la vida, los hombres y todo lo existente. El objetivo de este blog es precisamente, como bien se sabe, el análisis de los cambios radicales en esas grandes concepciones y hasta donde sea posible la identificación de las personas responsables y las circunstancias en las que se produjeron.
En el siglo XIX, como ya hemos dicho, surge una nueva concepción del mundo distinta de la que prevalecía desde la Revolución Científica. Va de la mano del segundo principio de la termodinámica y en mi opinión engloba a la teoría de la evolución de Darwin, al descubrimiento de las leyes del electromagnetismo, a la teoría atómica de la materia y a la mecánica estadística, y, también, al descubrimiento de la radiactividad. No es fácil poner juntos todos esos fenómenos pero la idea de “evolución” es común a todos ellos, así como el carácter estadístico, probabilístico y ondulatorio de la materia misma, la existencia de fenómenos y fuerzas que no se ven a simple vista y la necesidad de una visión sistémica de nuestro mundo en la que todo esté relacionado con todo.
Son todas nuevas concepciones hechas a lo largo del siglo XIX que no fueron fácilmente aceptadas y que desde luego no se difundieron al conjunto de la sociedad hasta bien entrado el siglo XX, cuando ya comenzaba a aparecer una nueva y radical concepción de nuestro mundo: la aportada por la relatividad y la física cuántica.
Pero centrándonos en las aportaciones de Darwin, lo más importante es identificar de dónde surgen las ideas de este autor, qué aportaciones hizo al evolucionismo, cómo surgió en su mente la teoría de la selección natural de las especies y, para lo que más interesa en este blog, cómo Darwin consiguió pensar en términos disruptivos.
Por supuesto, no todo ocurrió de la noche a la mañana. El evolucionismo, por ejemplo, era una teoría existente previamente, especialmente desde mediados del siglo XVIII cuando el biólogo y filósofo suizo Charles Bonnet (1720 – 1793), escribió sobre el “preformacionismo” o “preformismo”, es decir, una teoría biológica según la cual, y en relación con el hombre, su desarrollo no es otra cosa que el crecimiento de un organismo que estaba ya preformado (a lo que se suele llamar homúnculo). Aunque creyó que todos los seres habían sido creados por Dios, es decir, que era lo que se denomina un fijista, indicó que tal hecho había ocurrido no en la forma actual de los seres vivos sino en unos gérmenes interiores e invisibles de los que habían crecido hasta ser lo que son hoy.
La idea general de evolución no era nada nueva, por tanto, en la época en la que Charles Darwin desarrolló su teoría. Había surgido por primera vez, como tantas otras ideas, en el mundo de los antiguos griegos, y personajes históricos como Francis Bacon (1561-1626) o Gottfried Leibniz (1646-1716) se habían referido a ella dos o más siglos antes. El propio e influyente naturalista francés Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707 – 1788) la había propuesto en sus trabajos. Este último, a su vez, influyó en otros naturalistas posteriores como los franceses Jean-Baptiste Lamarck (1744 – 1829) y Georges Cuvier (1769 – 1832), y, por supuesto, el propio Charles Darwin (1809 – 1882).