El origen del interés por los demás del XIX

El interés por los demás surge con fuerza en el siglo XIX. No es que anteriormente no existiera algo equivalente, pero lo era en forma de caridad o filantropía y sin pretender nunca alterar el orden establecido para obtener la igualdad y convivencia de todos. La racionalidad conseguida por el hombre en Europa a lo largo de los siglos XVI al XIX, en un proceso al que nosotros hemos denominado, muy presuntuosamente, «segunda era axial», contribuyó a la aparición de una responsabilidad social bastante extendida. Se comenzó a pensar entonces generalizadamente, en la no procedencia del poder de los reyes de  Dios y en que las cosas en cuanto al orden social no eran las que Dios había establecido. El hombre, se conjeturó, tenía poderes sobre la naturaleza y sobre la sociedad, y podía, no solo encontrar la leyes de la primera y actuar sobre ella, sino organizarse y resolver los problemas sociales de su mundo. La soberanía popular y la democracia verdadera tomaron forma entonces y con ellas la responsabilidad de las gentes. En este post se inicia un proceso de análisis sobre el origen del interés por los demás del siglo XIX

Alexis de Tocqueville

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(Alexis de Tocqueville (1805-1859))

Terminábamos el post anterior haciendo referencia a la necesidad de existencia en nuestras sociedades del interés por los demás.  Marx y Engels demostraron tal interés, pero no se pueden olvidar a muchos otros autores, dirigentes, santos de iglesias diversas, mártires y gente de bien anónima preocupada por la posibilidad de un mundo de “personas”, es decir, seres humanos llenos de toda su dignidad. No sólo han sido, ni mucho menos, los autores radicales mencionados en páginas anteriores.

No estamos siendo exhaustivos en este trabajo en la cita de autores y personajes preocupados por la mejora del mundo, pero a los radicales ya mencionados del siglo XIX añadiríamos un liberal de la máxima categoría. Se trata de Alexis de Tocqueville (1805-1859), autor de obras memorables como, La democracia en América (1835 y 1840) y el inacabado, El Antiguo Régimen y la Revolución (1856), así como el menos conocido, Memoria sobre el pauperismo (1835 y 1837).

Se preocupó este autor mucho por la pobreza y la desigualdad, identificando como muy sólida: “la tendencia de las sociedades modernas hacia la igualdad de condiciones entre las personas”.

Se refirió en sus escritos a la igualdad y a la libertad. Consideró que los hombres siempre elegirían la primera de ellas, aunque, probablemente después de su viaje por los Estados Unidos y de la publicación de su libro sobre la democracia en ese país, terminó dando una gran importancia a la segunda.

Otra cita suya nos parece hoy, algo más de siglo y medio después de su muerte, como muy actual: «las naciones hoy en día no saben qué hacer en cuanto a que en su seno las condiciones no sean iguales, pero depende de ellos que la igualdad lleve a la servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria».

Valores y cultura

Fue uno de los autores preocupados por una “filosofía de la historia”, considerando, a diferencia de otros, que los procesos históricos son totalmente imprevisibles. Es decir, que no puede haber ciencia en ellos, y mucho menos, claro, “socialismos científicos”.

El gran problema de nuestro mundo es la convivencia en él de personas de todo tipo, como muy bien expresa el subtítulo del magnífico libro, A sangre y fuego (Libros del Asteroide, 2016), de Manuel Chaves Nogales: “Héroes, bestias y mártires de España”.

Para mi tengo que los hombres, todos los hombres y mujeres, necesitamos dar importancia en nuestras vidas y practicar hasta donde podamos: 1) la atención y preocupación por los más cercanos; 2) la atención y preocupación por los más lejanos; 3) la creación de riqueza, valor añadido y puestos de trabajo a través de actividades productivas (creación de empresas y negocios generadores de empleo); 4) las aportaciones científicas, intelectuales y artísticas de todo tipo; y 5) la disposición a dedicarse cien por cien a los demás como hacen algunos misioneros, religiosos, médicos y hoy, y cada vez más, ONGs y personas muy diversas dedicadas a lo social, lo ecológico, lo asistencial y lo moral.

Hoy utilizamos mucho la palabra «empatía» para designar la capacidad o el hecho de ponernos en el lugar de los demás

Nuestros valores y nuestra cultura deben estar muy relacionados con esas actitudes y dimensiones de la actividad del hombre. Eso contribuiría a la consecución de un mundo de “personas” a lo que se refería el periodista Román García Domínguez en su comentario al post de este blog «Marx y Engels». La cultura, por cierto, no es otra cosa que el conjunto de valores a los que una sociedad da importancia, comparte y cuida, como ya hemos indicado varias veces.

Los motivos del despertar de la preocupación por los demás

En el siglo XIX hubo un despertar de la preocupación por los demás. No es que no hubieran existido personas responsables y conscientes a lo largo de la historia, como bien sabemos, pero hasta el siglo XVIII, a pesar del Renacimiento, de la Revolución Científica, de la Revolución Industrial, de la Ilustración y de las revoluciones políticas inglesas de los siglos XVI y XVII, los hombres en Europa eran muy dados todavía a considerar el mundo, similarmente a la naturaleza, como organizado de una cierta manera que había que respetar.

La estratificación social, los sirvientes y en muchos casos la esclavitud y la explotación eran considerados como naturales y utilizados y defendidos por grandes ilustrados que escribían sobre libertad, democracia y contratos sociales, como muy bien explica Gonzalo Pontón en su libro, ya mencionado, La lucha por la desigualdad (2017).

Tal despertar, si lo consideramos así, tiene en mi opinión causas diversas. Me referiré a continuación a las que siguen

a) El cristianismo

b) La utopía

c) El ascenso del hombre. Renacimiento, Revolución Científica, Revolución Industrial, Ilustración

d) Las revoluciones. Las revoluciones inglesas del XVII, la revolución francesa de 1789 y las diversas revoluciones del XIX

e) Las condiciones de vida realmente deficientes de los obreros y de las clases bajas en el siglo XIX

f) La lucha por la igualdad como tendencia de la Humanidad

El cristianismo

En primer lugar, y por lo que se refiere a Europa, el cristianismo ha tenido gran influencia en la cultura de todas las épocas desde su aparición. No solo el tiempo lo contamos desde el nacimiento de Cristo sino que Europa ha sido cristiana desde la legalización de esta religión por el emperador romano Constantino I el Grande (272-337) en el año 313 mediante el Edicto de Milán. En 325 convocó el Primer Concilio de Nicea en el que quedó el cristianismo niceno o catolicismo.

Lo fue mucho más a partir de que el emperador Teodosio (347-395), también denominado «I el Grande», declarara al catolicismo como la religión oficial del Imperio en el año 380.

Del catolicismo proceden valores como, la fraternidad y el amor a los demás, el respeto a los padres, el de la generosidad, la solidaridad, el de atención a los más pobres, enfermos y desvalidos, el de la humildad, la paciencia, el perdón, el trabajo, la autenticidad e integridad personal, la justicia, la responsabilidad, el amor a la verdad y muchos otros.

Los católicos en su conjunto y la iglesia misma y sus dirigentes, vivirán o no de acuerdo con estos valores, pero en ellos han sido educados durante siglos una gran parte de los europeos. Karl Marx, por ejemplo, aunque de origen judío fue educado en la religión protestante luterana y Engels en el calvinismo.

Esto sin querer ocultar los errores increíbles de la Iglesia, de sus papas, sus obispos y sus sacerdotes. Y por supuesto sin olvidar las guerras y el mal causado, como por ejemplo, y solo atribuible en parte a la religión, la guerra de los treinta años (1618-1648). O más recientemente, en el caso de España, el apoyo a los terroristas vascos del clero del País Vasco, obispos incluidos.

La utopía

La utopía es otra de las causas de las ideas reformadores surgidas en el siglo XIX. En tiempos relativamente recientes como el siglo XVI y en Europa, fue el inglés Thomas More (1478-1535), conocido entre nosotros como Tomas Moro y considerado santo por la iglesia católica, y también por la anglicana, el que acuñó la palabra e inició el género de describir lugares ideales, no existentes, en los que reinaba, la justicia, la paz, la igualdad, la concordia y el bienestar. El nombre procede de dos vocablos griegos que significan, uno, “no”, y el otro “lugar”.

La obra de este autor se publicó en 1515 con el título, Dē Optimo Rēpūblicae Statu dēque Nova Insula Ūtopia. Siendo Ūtopia el nombre de una isla en la que no existía la propiedad privada y en la que las decisiones se toman por votación popular.

Con el tiempo, la palabra utopía ha llegado a tener dos significados según diversos diccionarios: 1) Plan o sistema ideal de gobierno en el que se concibe una sociedad perfecta y justa, donde todo discurre sin conflictos y en armonía; y 2) Proyecto, deseo o plan ideal, atrayente y beneficioso, generalmente para la comunidad, que es muy improbable que suceda o que en el momento de su formulación es irrealizable.

Tomas Moro escribió en realidad un libro de filosofía política en el que se comparaba la organización y la vida en en un mundo ideal con el gobierno y la vida en la Inglaterra de su época

La utopía no como ficción sino como una forma de criticar el presente

Inicialmente este autor y después de él otros, hicieron esfuerzos importantes por imaginar lugares ideales en los que no existieran los grandes problemas del mundo real, pero insisto en que Moro no quería idealizar las cosas sino más bien comparar las de una sociedad organizada y razonable con las de la Inglaterra de su época.

Da la impresión de que pretendió hacer un ejercicio similar al realizado hoy por algunas empresas.  En la gestión avanzada de empresas se generan en la actualidad (se imaginan en realidad) escenarios alternativos para el futuro de la empresa concreta para la que se trabaje, se elige el mejor y se establecen las estrategias necesarias para alcanzarlo. La preguntas que los directivos de la empresa se hacen son: ¿qué nos falta hacer para conseguir el escenario deseable? y ¿qué caminos debemos seguir para desde aquí llegar a allí?.

Santo Tomas Moro aprovechó para criticar los males sociales y políticos de su época e hizo decir al protagonista de su obra, Raphael Hythlodaeus, expresiones como la siguiente:

“Así, cuando miro esas repúblicas que hoy día florecen por todas partes, no veo en ellas – ¡Dios me perdone! – sino la conjura de los ricos para procurarse sus propias comodidades en nombre de la república. Imaginan e inventan toda suerte de artificios para conservar, sin miedo a perderlas, todas las cosas de que se han apropiado con malas artes, y también para abusar de los pobres pagándoles por su trabajo tan poco dinero como pueden. Y cuando los ricos han decretado que tales invenciones se lleven a efecto en beneficio de la comunidad, es decir, también de los pobres, enseguida se convierten en leyes”

Ver: Wikipedia, https://es.wikipedia.org/wiki/Utop%C3%ADa_(Tom%C3%A1s_Moro)

 


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Doctor Ingeniero del ICAI y Catedrático de Economía Aplicada, Adolfo Castilla es también Licenciado en Económicas por la Universidad Autónoma de Madrid, Licenciado en Informática por la Universidad Politécnica de Madrid, MBA por Wharton School, Master en Ingeniería de Sistemas e Investigación Operativa por Moore School (Universidad de Pennsylvania). En la actualidad es asimismo Presidente de AESPLAN, Presidente del Capítulo Español de la World Future Society, Miembro del Alto Consejo Consultivo del Instituto de la Ingeniería de España, Profesor de Dirección Estratégica de la Empresa en CEPADE y en la Universidad Antonio de Nebrija.

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