El mundo de los valores

Los valores son el conjunto de concepciones, actitudes y actuaciones al que una sociedad determinada da importancia y respeta. Es, siendo un poco redundantes, aquello que una sociedad valora. El conjunto de valores da lugar a una determinada cultura. Hemos entrado en este tema en el post anterior y continuamos con él en el presente. 

(La imagen de arriba se refiere a Valores Humanos. Está tomada de: http://conceptodefinicion.de/valores-humanos/)

¿Un mundo cada vez más inhumano?

(Isaiah Berlin. Imagen tomada de: http://biografias.wiki/isaiah-berlin/)

Continuando con el tema de los valores tratado en el post anterior, indicamos ahora que el problema de los valores en nuestras sociedades es la existencia de muchos de ellos y su variedad. Con frecuencia resulta difícil ponerse de acuerdo en los valores a compartir y la gente está muy habituada a decir: «esos son tus valores no los míos». En realidad los valores compartidos no pueden ser definidos a priori ni impuestos sino que deben emerger espontáneamente en una sociedad y ser identificados como tales.

Hay además nuevos valores que surgen ante la inminencia de nuevas circunstancias y riesgos para nuestras sociedades. En los últimos tiempos, por ejemplo, todos estamos sensibilizados con la sostenibilidad económica y medioambiental de nuestro planeta, con el calentamiento global, con  la polución y con el deterioro de nuestro entorno. Todos damos importancia a estos problemas y hemos transformado en valores las medidas de todo tipo y de todos, hombres y gobiernos, destinadas a resolverlos.

El mundo de los valores es complejo, y valores, como decimos, hay muchos y de muy distinta naturaleza, pero los más importantes para nuestra indagación sobre la pobreza y la desigualdad en nuestro mundo son los que podrían relacionarse con lo humano y lo inhumano.  Consideramos humanos a los que se rigen por valores a los que llamamos humanos (valga la redundancia) como la honestidad, la justicia, la fraternidad y la preocupación por los demás, y los practican, e inhumanos a los que no lo hacen.

Dentro de estos últimos hay grandes porcentajes de nuestras sociedades, como los delincuentes, criminales y asesinos de todo tipo, los terroristas que matan para cumplir sus objetivos ideológicos, los corruptos y trasgresores, los que explotan y viven de sus semejantes de forma injusta, los poderosos sin conciencia, los egoístas sin límite, los avariciosos, los que no tienen sensibilidad en relación con todos los males de nuestro mundo  y los que no sienten la más mínima preocupación por los que sufren.

Es a la prevalencia en nuestras sociedades de ese tipo de personas y de esa cultura y a la sospecha de que nuestro sistema de funcionamiento la promueva, a lo que algunos se refieren como mundo cada vez más inhumano.

¿Mejoramos o empeoramos en términos de humanidad?

Pero visto en un sentido amplio el mundo en el que habitamos en los países desarrollados en general y en el caso concreto de España en particular, es hoy mucho más humano que el de toda la historia de la Humanidad. Especialmente porque el hombre se hace cada vez más consciente, más congruente y más responsable y porque las instituciones por él creadas mejoran en línea con ello.

Es frecuente entre nosotros hablar de un mundo cada vez más inhumano, pero tal afirmación es, como muchas otras, un lugar común no demasiado útil  para analizar la realidad. Entre las alternativas de que nuestro mundo sea cada vez más humano o cada vez más inhumano yo me inclino, con hechos y datos en la mano, por la primera, aunque es verdad que una de las conclusiones que voy obteniendo en este trabajo es que con admitir que mejoramos no se solucionan las cosas. Las posibles mejoras en algunos aspectos van con frecuencia acompañadas de deterioros en otros.

De ahí que no se pueda decir, por ejemplo, que el liberalismo es lo mejor para nuestro mundo o que lo sea la socialdemocracia, sin preocuparnos de nada más. Ojalá el mundo pudiera funcionar tan automáticamente como esas prescripciones generalistas pudieran hacer creer. Desgraciadamente la vida en común y el bienestar de todos requieren más atención a los detalles, más control y más actuaciones de las que nos podemos imaginar. Vivimos en economías mixtas en las que el liberalismo es necesario y también la socialdemocracia, siempre que ninguno de los dos enfoques constituyan ideologías cerradas.

Los antisistema

Tampoco podemos salirnos del sistema y atacarlo como si nosotros no fuéramos parte de él. Eso es lo que hacemos cuando declaramos que el capitalismo es causante de todos nuestros males y cuando todos somos anticapitalistas de boquilla, como tan común resulta ser en nuestras sociedades.

Por el contrario, todos somos capitalistas, más o menos, si estamos imbricados en nuestras sociedad, es decir, si estudiamos en ella y nos hacemos profesionales, si encontramos un trabajo y nos ganamos la vida con él, si nos casamos y tenemos hijos, si nos compramos una vivienda, si abrimos una cuenta en un banco, si utilizamos los servicios públicos diversos de nuestras sociedades y, por supuesto, si terminamos ahorrando algún dinero y lo invertimos.

El capitalismo se mantiene con el apoyo de todos, aunque muchos protesten continuamente y se declaren anticapitalistas. Esto último es una especie de tic y a veces algo más, como militancia política en partidos extremistas, que oímos y vemos con frecuencia en gente bastante situada en nuestra sociedad y bastante adinerada. La incongruencia y la falta de integridad personal son fenómenos muy corrientes en nuestro país.

Mi opinión es que el capitalismo necesita muchas reformas, mucha legislación, mucha regulación y muchos controles, sobre todo el capitalismo financiero de nuestros días, pero nada de esto se puede hacer si se rechaza a priori el sistema. Los cambios hay que realizarlos desde dentro. Afirmar esto es, por supuesto, oponerse al liberalismo extremo de nuestros días, algo cuyo desarrollo observamos en paralelo con el de los socialismos radicales.

Los mecanismos de funcionamiento de nuestras sociedades

Porque lo que llamamos capitalismo, insisto en ello, requiere hoy grandes reformas, pero mucho de lo que lo constituye este sistema de organización de nuestras sociedades es imprescindible y forma parte de lo que es intrínsecamente el hombre.  Los hombres no tenemos garantizada la supervivencia en el mundo complejo que hemos creado y subsistimos de la producción y el intercambio de bienes y servicios, como tantas veces hemos dicho ya en este trabajo, siendo el mecanismo de mercado el proceso natural que lo permite.

No hay otro alternativo además, como la historia nos ha demostrado una y otra vez. La libertad personal, el individualismo, la propiedad, la iniciativa, la innovación, el emprendimiento, el reconocimiento de ventajas para el que más hace y el que más trabaja y muchos otros componentes de ese mecanismo, son inevitables. Los excesos y las secuelas negativas a los que esos elementos de nuestros sistemas económicos, sociales y políticos, puedan llevarnos necesitan, sin embargo, leyes de funcionamiento, regulaciones y controles múltiples.

Pero una cosa es el mecanismo de mercado, las empresas de responsabilidad limitada que hemos inventado como instituciones responsables de la producción, la economía industrial que busca la inversión en fábricas, infraestructuras, innovación y tecnología e, incluso, el mercado de valores que permite la captación de capital destinado a dicha inversión, todo para unirlo al trabajo y crear riqueza, y otra muy distinta la economía financiera y el capitalismo financiero. El capitalismo como superestructura por encima del mercado, que se apropia de la banca, se alía con el poder de todo tipo, incluido el político, y domina y especula, es mucho más discutible.

También lo es la dinámica actual, de crear competitividad a través de la reducción continua de salarios, la utilización de falsos autónomos, la precariedad extrema diversa hoy tan frecuente el sector servicios, la búsqueda de resquicios legales para no pagar impuestos, la utilización de paraísos fiscales para centralizar allí la facturación normal de las empresas, y muchas otras medidas fraudulentas más. La globalización, el neoliberalismo y otras circunstancias actuales, consideradas buenas para todos, están siendo utilizadas por algunos en beneficio propio, excesivo y exclusivo.

La responsabilidad es de todos

Yo tiendo a pensar que gran parte de los problemas graves existentes en el mundo, incluido el cambio climático y el deterioro medioambiental, han sido generados por los hombres y sus sistemas productivos y organizativos, pero por todos los hombres, no solo por los poderosos y por los que tienen mucho dinero. Estos últimos tienen poder sin duda, pero no todo el que algunos les asignan.

Ante este panorama, no hay duda de que debe haber miembros de nuestras sociedades preocupados por los demás y por la mejora de todo lo que funcione mal entre nosotros. En ese sentido los autores citados anteriormente relacionados con el socialismo utópico y el socialismo científico del siglo XIX, son referencias históricas notables que deberían tener continuidad en nuestras sociedades avanzadas. Como es lógico, sería importante distinguir su interés por los demás de las falsas soluciones propuestas con frecuencia.

La responsabilidad de todos en el funcionamiento del mundo y la preocupación por sus grandes males, incluidos, el desempleo, la pobreza, la desigualdad, el deterioro del medio ambiente o, justo en nuestros días, las migraciones dramáticas de tantas personas, no pueden dejarnos indiferentes. Las cosas mejorarían mucho en nuestras sociedades si fuéramos menos indiferentes a todo lo que sucede a nuestro alrededor.

A este respecto de los valores y su variedad se refirió de forma notable Isaiah Berlin (1909-1997), considerando que la tragedia del hombre es el choque de valores que no pueden prevalecer unos sobre otros, incluso dentro del hombre mismo. Alguno autores han argumentando en contra de esta postura indicando la necesidad de ponernos de acuerdo en cuanto a los valores a compartir en relación con grandes objetivos de la Humanidad como el «bien común».


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Doctor Ingeniero del ICAI y Catedrático de Economía Aplicada, Adolfo Castilla es también Licenciado en Económicas por la Universidad Autónoma de Madrid, Licenciado en Informática por la Universidad Politécnica de Madrid, MBA por Wharton School, Master en Ingeniería de Sistemas e Investigación Operativa por Moore School (Universidad de Pennsylvania). En la actualidad es asimismo Presidente de AESPLAN, Presidente del Capítulo Español de la World Future Society, Miembro del Alto Consejo Consultivo del Instituto de la Ingeniería de España, Profesor de Dirección Estratégica de la Empresa en CEPADE y en la Universidad Antonio de Nebrija.

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