Utilizamos como título de este post el del último libro de Javier Monserrat que venimos citando y glosando en los últimos posts. Para los que deseen leerlo repito que se trata de, El Gran Enigma. Ateos y creyentes ante la incertidumbre del más allá. Editorial San Pablo, Madrid, 2015. El enigma al que se refiere, como se dice muy pronto en el libro, «es si la Verdad última del universo es Dios o es un puro mundo sin Dios». Quiere el Padre Monserrat hacer compatible la fe cristiana y la fe en Dios en general, con los avances de la ciencia, los cuales no se deben olvidar ni falsear. Por eso la perplejidad y la incertidumbre son posiciones entendibles y aceptables, pretendiendo Monserrat, como Maimónides, hacer una guía para perplejos que permita a todos, teístas y ateos, reflexionar y decidir sobre lo que les inquieta en cuanto a lo que es la vida y lo que el hombre. Nosotros en lo que sigue insistimos de nuevo en la posibilidad de existencia de una semántica externa al hombre, es decir, un sentido propio de la naturaleza independiente del hombre. Indicamos también que la ciencia no es algo firme y totalmente terminado, sino algo que evoluciona y se acerca asintóticamente a la verdad. No podemos aferrarnos a lo que dice la ciencia actual y no hacer más hipótesis sobre lo que somos, aunque tampoco podemos olvidarnos de la ciencia y construir sin más unas creencias totalmente artificiales
La posible existencia de significado, sentido y semántica en el mundo exterior al hombre, a la que nos hemos referido en el post anterior, es sólo una hipótesis, pero que como ocurre con muchas otras hipótesis, actuales o históricas, desde las ondas gravitacionales de Einstein, hasta los conceptos de la mecánica cuántica, la teoría de cuerdas o la existencia de un multiverso (universos diversos), son necesarias para la explicación de algunas dimensiones nuevas de nuestro mundo que vamos descubriendo.
Decimos, por ejemplo, que nuestro cerebro nunca podrá explicarse a sí mismo, lo cual puede ser cierto. Podría muy fácilmente conseguirlo, sin embargo, si recibe ayuda exterior, si las explicaciones vienen en parte de fuera de él mismo. En otras palabras, si existiera una “consciencia cósmica” que impregnara nuestro entorno físico.
Javier Monserrat en su libro, El gran enigma, se refiere a estas cuestiones, no necesariamente cuando habla de Metafísica y Teología directamente, sino, muy especialmente, cuando pone el énfasis en el enigma que es nuestro mundo. Cree que detrás de dicho enigma no hay otra cosa que lo metafísico, tal como lo dice en la página 33 al comienzo de la Introducción: “Lo metafísico , pues, constituye la verdad última que explica y da razón del universo que constatamos. La verdad metafísica nos explica a nosotros y debería dar sentido a nuestras vidas”.
El libro, que es excelente y lo mejor que yo he leído en mucho tiempo, desarrolla y se refiere extensamente a la idea de “perplejidad metafísica”, como hemos mencionado anteriormente. En dicha perplejidad nos encontramos todos los seres humanos reflexivos y no dogmáticos, tanto los teístas como los ateos. Distingue entre incertidumbre metafísica y perplejidad metafísica escribiendo en la página 41 que: “Incertidumbre metafísica es ser conscientes de que el universo es un gran enigma cuya verdad última, metafísica, nos es desconocida. Perplejidad, en cambio, es el desconcierto que sentimos ante ese enigma y que nos deja inermes, impotentes para afrontar una reflexión racional que nos permita construir un discurso ante la incertidumbre”.
Yo creo también en lo metafísico y tengo la impresión de que la ciencia más avanzada de nuestros días está apuntando a su existencia. La mecánica cuántica, en concreto, encierra en sus explicaciones más profundas un mundo contraintuitivo en relación con la física clásica en el que cabe lo intangible, es decir, la información, el sentido y el propósito, en perfecta armonía con lo material.
Algunos teólogos con los que he comentado estas ideas me han dicho que si mis conjeturas proceden de lo cuántico, que no deja de ser un mundo físico, no tienen nada que ver con lo metafísico, pues su naturaleza es distinta. Asumo sin embargo que a esa naturaleza distinta puede que nos acerquemos paso a paso, escalón a escalón, como ha ocurrido con otras dimensiones de nuestro mundo material, como el electromagnetismo, la existencia de los átomos o la naturaleza cuántica de la materia.
A ello me refiero en los posts que siguen, pero no resulta extraño decir ya, a la vista de estas interpretaciones, que las ideas de convergencia y de destino defendidas por Teilhard de Chardin en relación con la humanidad y el mundo en el que habitamos, no resultan difíciles de aceptar.