Tres dimensiones relacionadas con la Cumbre del G20 de Hamburgo de este mes de julio se resaltan en este post: 1) que los gobernantes mundiales reunidos parecen estar muy contentos decidiendo en pro de un mejor desarrollo económico mundial; 2) que los miles de activistas y manifestantes están muy descontentos y rechazan que los líderes estén haciendo eso; y 3) que las cifras de desigualdad y pobreza en el mundo parecen dar la razón a los segundos

Las cumbres mundiales
Los 100.000 manifestantes y activistas de Hamburgo pueden representar un porcentaje muy pequeño en comparación con los millones de personas que están medianamente satisfechos de la vida que llevan y no quieren oír hablar de cambios radicales. Hay muchos países desarrollados cercanos a una “Sociedad del Bien Común” como Noruega, país que, recordamos, hemos utilizado como patrón, o modelo, de tal concepto.
Alemania, en ese sentido, es un país cercano a nuestro patrón en el que sorprende que haya manifestaciones y protestas del tipo de las presenciadas en Hamburgo. Sabemos desde hace tiempo, especialmente desde la reunión del World Trade Organization (Organización Mundial del Comercio) en Seattle de noviembre de 1999, la capacidad de convocatoria y movilización de los grupos antisistema o anti orden establecido, de todo el mundo. Seattle fue un hito de radicalización y violencia al que hoy nos referimos como, la “Batalla de Seattle”.
Anteriormente siempre había habido manifestaciones en las reuniones diversas de las tres instituciones financieras básicas de nuestro mundo: la mencionada WTO, El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Nunca sin embargo habían alcanzado la magnitud de Seattle. Se reunieron allí unos 40.000 activistas de todo el mundo. Estaban en contra de la globalización cuyo orden y regulación trataban los líderes mundiales en la ciudad americana del Estado de Washington.
Ya entonces nos pareció paradójico a muchos que protestara contra la globalización un movimiento tan global y bien organizado como el de los manifestantes. Acudieron desde lo cuatro puntos cardinales del mundo y parecían estar perfectamente preparados. ¡Ellos eran más globales que la WTO!
La creación del G20 y su composición
La reunión de Seattle se considera la primera cumbre mundial sobre la organización económica y financiera del mundo y sobre su relación con un comercio mundial globalizado.
Inicialmente las reuniones eran de los Ministros de Finanzas y Gobernadores de los Bancos Centrales de los países más desarrollados del mundo, pero poco a poco se transformaron en cumbres de los máximos gobernantes de los países desarrollados, de los emergentes, de las instituciones globales y de algunos países invitados. Claramente se intenta incluir a la mayor parte del mundo y los trabajos han estado siempre orientados a resolver los problemas mundiales en su conjunto.
La cumbre que tuvo lugar en la ciudad de Washington, capital de los Estados Unidos, en noviembre del 2008, fue muy importante al enfocarse a la reforma del sistema financiero mundial.
En la celebrada en la ciudad de Pittsburgh, Estados Unidos, en septiembre de 2009, se actualizó la organización del grupo, constituyéndose el verdadero G20 como lo conocemos hoy. Está formado por los ocho países más industrializados (G-8), Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia, más los 11 países, emergentes entonces, Arabia Saudita (OPEP), Argentina (Mercosur), Australia (OCDE), Brasil (G-5, BRICS y Mercosur), China China (G-5 y BRICS), Corea del Sur (OCDE), India (G-5 y BRICS), Indonesia (ASEAN y OPEP), México (G-5, OCDE y NAFTA),Sudáfrica (G-5), Turquía (OCDE). El número 20 fue la Unión Europea.
Existen además una serie de países invitados, de los que España es invitado permanente. Y participan, por supuesto, las grandes organizaciones mundiales como la WTO, WHO, el Banco Mundial y el IMF.
Un mundo con excesiva desigualdad y pobreza
La organización como hemos visto en el post anterior, tiene una agenda muy amplia orientada a resolver los problemas en el mundo y con énfasis en los últimos años en el desarrollo económico mundial, y como es preceptivo decir hoy (con un poco de sorna), en la creación de economías «inclusivas». Sobre el papel no se puede pedir mucho más. Ora cosa es que sea una organización efectiva y que sus decisiones sirvan para algo práctico.
En cualquier caso, no es fácil entender las acusaciones de los antisistema y demás grupos contrarios a estas reuniones. Uno no puede imaginarse a los dirigentes mundiales, o los gobernadores de los bancos y responsables de las finanzas internacionales, reunidos en secreto en estas cumbres para defender a los poderosos, explotar a la población mundial, potenciar y perpetuar el poder de los bancos, mantener la pobreza y la desigualdad, organizar guerras, o, incluso, crear y proteger los paraísos fiscales, por mencionar un caso concreto.
Los manifestantes probablemente están equivocados en sus protestas y acusaciones, pero algo más tiene que ser sacado a colación.
El mundo no es una balsa de felicidad y la Sociedad de Bien Común, como la entendemos aquí, está muy lejos de ser una realidad. La desigualdad y la pobreza son rampantes en el mundo. Tanto la desigualdad interna de los países, como la llamada desigualdad categórica, la desigualdad entre países, y, por supuesto, la desigualdad entre personas en general de todo el mundo. Sabemos además que la desigualdad ha aumentado considerablemente tras la crisis que venimos comentando, por la crisis en sí y por el decrecimiento económico, pero probablemente por otros motivos como, la economía financiera que hemos creado y la revolución digital en la que estamos.
La economía financiera
Dicha última crisis ha venido a dejar claro que muchas cosas no funcionan bien en el capitalismo mundial del que dependemos. La economía financiera, por ejemplo, introduce una dinámica muy peligrosa. Los ricos lo son cada vez más por razones elementales. Lo que ganan lo ponen a buen recaudo en los fondos de inversión, los cuales, asimismo, buscan las ganancias financieras en otros fondos o en operaciones financieras diversas fundamentalmente especulativas. Una espiral sin sentido que nos ha llevado al mundo del 1/99, el 1 % de la población posee (o ingresa) igual que el restante 99 %.
Hablaremos también de todo esto, sobre todo al hilo de lo indicado en un libro destacado reciente, Desigualdad, de James K. Galbraith, hijo del gran John Kenneth Galbraith, al que el que esto escribe trató personalmente con gran satisfacción intelectual. Es un libro notable porque entra en un tema como la posible “economía de la desigualdad”, largamente olvidado por los economistas
Pero antes de todo eso debemos echar un vistazo a la pobreza mundial. Debemos advertir además, que una cosa es la desigualdad, o divergencia, como gustan decir algunos autores americanos, y otra la pobreza. Puede haber desigualdad sin pobreza, como seguramente es el caso de Noruega y otros países nórdicos, e igualdad con pobreza, como seguramente es el caso de los países más atrasados y pobres del mundo. Por eso el índice de Gini no es adecuado para estas cuestiones. Es un indicador que deja tranquilo a todo el mundo pero que dice poco de las dificultades de las gentes.
Pobreza extrema y estructuras económicas injustas
Lo cierto es, por ir directos al tema, que el Informe de Desarrollo Humano de 2014, indica que una de cada cinco personas en el mundo vive bajo condiciones de pobreza o pobreza extrema. Unos 1.500 millones de personas en nuestro mundo en definitiva, pasan hambre y necesidades, y no tienen acceso a sistemas de saneamiento, agua potable, electricidad, educación básica o salud. Y no nos creamos que tales personas habitan sólo en países lejanos de África, en los que según algún desaprensivo que conozco, “siempre ha habido hambre y hambrunas en esos países y no hay que preocuparse por ello”.
Muchos de los pobres del mundo están muy cerca de cada uno de nosotros en los supuestamente países desarrollados del mundo. No sabemos si en España en la actualidad alguien pasa hambre, ya que muchos somos testigos a diario del gran movimiento de comedores sociales, residencias de acogida y ayudas de todo tipo que muchas instituciones privadas prestan, así como ayuntamientos y otras instituciones públicas, pero pobres hay muchos.
Y eso que la determinación de los niveles de pobreza que hizo el Banco Mundial en 2015 resulta escalofriante. La línea de pobreza extrema, según este organismo, es de 1,90 dólares diarios y la de pobreza, de 3,10.
Al respecto nos permitimos reproducir el texto del Papa Francisco recogido por el Informe de PNUD mencionado anteriormente (Índice de Desarrollo Humano):
“Los derechos humanos se violan no solo por el terrorismo, la represión, los asesinatos… sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y estructuras económicas injustas que originan las grandes desigualdades.”