Dedicamos el presente post a resumir muy brevemente las aportaciones cercanas al «espiritualismo» de dos conocidos filósofos europeos: el francés Henri Bergson y el alemán Friedrich Nietzsche. El primero, que fue Premio Nobel de Literatura de 1927, fue muy popular durante años y tuvo una larga y brillante carrera en la que dejó una serie de libros importantes. El segundo, ha sido central en la historia de la filosofía y su idea del «superhombre» muy seguida por algunos y muy criticada por otros.

Gary Lachman menciona a otros dos filósofos “oficiales” o “académicos”, además de William James del que hemos hablado en el post anterior, relacionados con el esoterismo, uno el francés Henri Bergson (1859-1941) y otro el alemán Friedrich Nietzsche (1844 – 1900).
Del primero, que también era psicólogo, y que como tantos otros filósofos de los siglos XIX y XX estuvo fuertemente influenciado por Hegel y su idealismo, menciona su disponibilidad para tratar temas que hoy se considerarían esotéricos. Dice que no tuvo problemas en escribir sobre los sueños y sobre los “fantasmas de los vivos”, además de defender la existencia en nuestro mundo de una “evolución creadora” y de afirmar que el universo es una “máquina de hacer dioses”.
Creía que el tiempo cronometrado es un invento de la mente humana que falsea la verdadera naturaleza del tiempo, de acuerdo con la cual es un proceso continuo y sin costuras. Tema al que se han referidos muchos otros filósofos conocidos.
Afirmaba cosas como que los “hechos psicológicos son cualitativamente distintos de los físicos, por lo que la consciencia es un dato irreducible, no ajustable al determinismo científico”. Es decir, que era dualista al considerar que existen dos naturalezas distintas en nuestro mundo. Concepción a la que en mi opinión estamos volviendo, como he dicho en otras ocasiones en este blog, de la mano de la mecánica cuántica.
Conocía los avances científicos y estaba familiarizado con la ciencia pero no aceptaba la simplificación que esta hacía de las realidades interiores del hombre y la dependencia de estas de lo material que establecía.
En cuanto a la teoría de la evolución de Darwin la conocía también y creía en sus explicaciones pero no participaba del determinismo total de dicha teoría. Pensaba, por el contrario, que existía un impulso vital en la naturaleza, especialmente en relación con los seres vivos, al que llamó en francés el “élan vital”. Se acercó así al “vitalismo” como corriente de pensamiento, que ya existía por cierto en Europa desde finales del siglo XVIII. Durante algún tiempo lo potenció, pero como muchas otras interpretaciones “idealistas” o “espiritualistas” fue abandonada, precisamente por el avance de la ciencia en general y de la química y la biología en particular.
En contra de muchos darwinistas que creían que la mente era algo que había surgido en el hombre sólo para que éste se adaptara a su entorno y para sobrevivir, Bergson consideraba que tenía un papel mucho más importante y que si hubiera sido así la vida no hubiera pasado de la ameba que es la forma de vida mejor adaptada a su entorno. La mente del hombre, por el contrario, desborda la actividad cerebral y “tiene la facultad de extraer de sí misma más de lo que contiene”. La mente, por otra parte, mantenía Bergson, es un medio para conocer distinto al del intelecto racional.
Afirmaba que a través de la mente percibimos mucho más de lo que llega a nuestro conocimiento consciente y “veía la vida como una inmensa corriente de consciencia, una fuerza espiritual rebosante de potencialidades que penetra en la materia y la organiza”.
Creía en la existencia de una consciencia cósmica que constituía una información o percepción del mundo no filtrada ni limitada por el cerebro. Y, por supuesto, “estaba convencido de que los seres humanos tal como son no constituyen el fin de la evolución” tal como explica en una de sus obras más destacadas, «La evolución creadora «, de 1907.
Del primero, que también era psicólogo, y que como tantos otros filósofos de los siglos XIX y XX estuvo fuertemente influenciado por Hegel y su idealismo, menciona su disponibilidad para tratar temas que hoy se considerarían esotéricos. Dice que no tuvo problemas en escribir sobre los sueños y sobre los “fantasmas de los vivos”, además de defender la existencia en nuestro mundo de una “evolución creadora” y de afirmar que el universo es una “máquina de hacer dioses”.
Creía que el tiempo cronometrado es un invento de la mente humana que falsea la verdadera naturaleza del tiempo, de acuerdo con la cual es un proceso continuo y sin costuras. Tema al que se han referidos muchos otros filósofos conocidos.
Afirmaba cosas como que los “hechos psicológicos son cualitativamente distintos de los físicos, por lo que la consciencia es un dato irreducible, no ajustable al determinismo científico”. Es decir, que era dualista al considerar que existen dos naturalezas distintas en nuestro mundo. Concepción a la que en mi opinión estamos volviendo, como he dicho en otras ocasiones en este blog, de la mano de la mecánica cuántica.
Conocía los avances científicos y estaba familiarizado con la ciencia pero no aceptaba la simplificación que esta hacía de las realidades interiores del hombre y la dependencia de estas de lo material que establecía.
En cuanto a la teoría de la evolución de Darwin la conocía también y creía en sus explicaciones pero no participaba del determinismo total de dicha teoría. Pensaba, por el contrario, que existía un impulso vital en la naturaleza, especialmente en relación con los seres vivos, al que llamó en francés el “élan vital”. Se acercó así al “vitalismo” como corriente de pensamiento, que ya existía por cierto en Europa desde finales del siglo XVIII. Durante algún tiempo lo potenció, pero como muchas otras interpretaciones “idealistas” o “espiritualistas” fue abandonada, precisamente por el avance de la ciencia en general y de la química y la biología en particular.
En contra de muchos darwinistas que creían que la mente era algo que había surgido en el hombre sólo para que éste se adaptara a su entorno y para sobrevivir, Bergson consideraba que tenía un papel mucho más importante y que si hubiera sido así la vida no hubiera pasado de la ameba que es la forma de vida mejor adaptada a su entorno. La mente del hombre, por el contrario, desborda la actividad cerebral y “tiene la facultad de extraer de sí misma más de lo que contiene”. La mente, por otra parte, mantenía Bergson, es un medio para conocer distinto al del intelecto racional.
Afirmaba que a través de la mente percibimos mucho más de lo que llega a nuestro conocimiento consciente y “veía la vida como una inmensa corriente de consciencia, una fuerza espiritual rebosante de potencialidades que penetra en la materia y la organiza”.
Creía en la existencia de una consciencia cósmica que constituía una información o percepción del mundo no filtrada ni limitada por el cerebro. Y, por supuesto, “estaba convencido de que los seres humanos tal como son no constituyen el fin de la evolución” tal como explica en una de sus obras más destacadas, «La evolución creadora «, de 1907.
En cuanto a Nietzsche, su relación con el esoterismo es menos clara, ya que para empezar, este famoso filósofo no creía en una realidad espiritual, aunque, como dice Lachman, sus ideas sobre el “entorno retorno” y la “voluntad de poder” pueden considerarse como un elemento místico que muchos de sus seguidores han ignorado. Su concepción del “superhombre” tampoco tenía en principio una relación con la evolución de la consciencia, pero estaba seguro de que un nuevo tipo de ser humano surgiría en el mundo. Creía en la voluntad del hombre y en sus capacidades, lógicamente intelectuales, para ir lejos y para construirse a sí mismo y a su mundo.
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Lo escrito arriba se apoya de forma importante en los capítulos 3 y 4 del libro de Gary Lachman, “Una Historia Secreta de la Consciencia”