Como en todo trabajo de estudio e investigación de cierta duración y alcance, también en el que estamos llevando a cabo en este blog sobre el bien común, surge la preocupación de si estamos analizando algo serio o no. En este post nos planteamos esa duda. La resolvemos a estas alturas, después de las muchas argumentaciones hechas anteriormente, acudiendo a un informe reciente del Instituto Nacional de Estadística (INE) de España que da cifras objetivas bastante negativas sobre la situación económica de las familias españolas. Hay en relación con esa situación muchos procesos y mecanismos negativos a identificar en nuestro sistema de funcionamiento, así como concepciones erróneas sobre cómo son las cosas en nuestras sociedades y economías que debemos cambiar.
(Imagen de arriba tomada de la web, Un Plan Común par un Bien Común del Instituto de la Naturaleza y la Sociedad de Oaxaca, AC. https://plancomunparaunbiencomun.wordpress.com/que-es-el-plan/)
La Encuesta de Condiciones de Vida del INE

Quizás seamos reiterativos pero el deterioro del bien común en las sociedades avanzadas es preocupante según venimos diciendo en los posts previos. En línea con lo indicado en dichos posts, y adicionalmente, podríamos mencionar fenómenos negativos anunciados por algunos como, el estancamiento secular y el hecho de que las revoluciones tecnológicas en marcha no parecen, de momento, funcionar como las de épocas pasadas. Las nuevas tecnologías en vez de crear empleo parecen destruirlo y en vez de generar convergencia social incrementan la divergencia.
La desigualdad se acrecienta en nuestras sociedades con la particularidad de que tal fenómeno no es percibido en la vida diaria. En las grandes ciudades vivimos en barrios aislados en los que el nivel de vida es alto y tendemos a contar las cosas tal como las vemos en ellos.
El mundo de los lujosos automóviles, los grandes y glamurosos comercios y los restaurantes de varias estrellas, así como las segundas viviendas, los apartamentos en la playa y las largas vacaciones, incluidas las internacionales en lugares cada vez más lejanos, no dejan de ser cosas accesibles solo a porcentajes reducidos de nuestras poblaciones.
El pasado año fue publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), con datos de 2015, la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV), en la que se indicaba que había aumentado casi dos puntos el número de hogares que llegaba a fin de mes con «mucha dificultad» hasta afectar al 15,3 % de ellos. Todos los periódicos nacionales se hicieron eco de lo recogido en dicho informe.
Los que ven mal la situación y los que la ven bien
Se indicaba en él también que el 38,1 % de los hogares no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos; el 39,5 %, casi cuatro de cada diez personas, no puede irse de vacaciones ni una semana al año; y el 8,4 % se retrasa en los pagos de su vivienda (hipoteca, alquiler, gas, electricidad, comunidad,…).
Y, en cualquier caso, la falta de consenso social, la inestabilidad política, la ingobernabilidad, y sobre todo, la no aceptación de nuestro orden económico, social y político y la búsqueda radical de nuevas formas de organizarnos, auguran malos tiempos.
Repito la referencia a estas situaciones, ya tratadas anteriormente, porque hay muchas personas ilustradas, amigos y compañeros del autor de este post, que no aceptan los hechos descritos. Replican con frecuencia con la vieja hipótesis del progreso creciente de nuestras sociedades y la mejora continua del nivel de vida de altos porcentajes de la población de los países ricos. Fenómeno observado durante largos años que se ha detenido en los últimos diez.
Algunos han manifestado al que esto escribe, incluso, que la insistencia en la pobreza y la desigualdad son temas recurrentes de la Iglesia Católica, que los necesita para su supervivencia.
Hay muchas personas, por otro lado, que no creen en que las cosas estén tan mal como se han expuesto. Piensan que nuestra sociedad está más o menos organizada, una mayoría de personas viven razonablemente bien y los problemas de entendimiento y consenso, siempre han existido hasta un cierto nivel y no son tan graves en nuestra época como en otras por las que hemos pasado.
¿Es el deterioro del bien común un asunto serio?
¿Tiene entonces sentido detenerse en el análisis del deterioro del bien común de nuestras sociedades y preocuparse por su recuperación?
Creemos que sí, por supuesto, entre otras cosas porque da la impresión de que aunque prácticamente todos los países del mundo y sus constituciones tienen el bien común como objetivo, y así lo declaran, muy pocos lo buscan y muy pocos se dedican a conseguirlo. Es una declaración retórica.
También porque las críticas a nuestro sistema de funcionamiento y de vida comienzan a ser excesivas, radicales y erróneas, y necesitamos contrarrestarlas.
Y, por supuesto, porque nuestro sistema necesita reformas. El capitalismo actual es más capitalista que nunca en cuanto a que el capital es un poder fáctico, acumulativo y autónomo, que empieza a no contribuir al crecimiento, al empleo y al bien común.
Hay muchas cosas a reformar pero lo primero es recordar que en el capitalismo hay por lo menos dos grandes dimensiones, una es su carácter de fenómeno natural, espontáneo, permanente e insustituible, y la otra, el papel excesivo que el capital, los capitalistas, los bancos y las finanzas juegan en él.
Mecanismo de mercado y capitalismo
La primera de esas dos dimensiones está relacionada con el mecanismo de mercado, con la iniciativa de las personas, con un funcionamiento automático basado en el interés individual, con la eficiencia a conseguir en todas las actividades productivas, medida con frecuencia a través del beneficio obtenido, y con la conveniencia de que el que más trabaje y más se esfuerce sea el que más se beneficie. Y, por supuesto, en la responsabilidad personal y en que todos los participantes respeten las reglas de juego.
La segunda ha sido históricamente complementaria de la primera, y todavía lo es en un alto porcentaje, aunque siempre ha creado más problemas de los esperables y deseables. Pero desde hace unos 40 años, con la desregulación de los mercados financieros, el comienzo del neoliberalismo, la globalización, la difusión de las redes de transmisión de datos e, incluso, la entrada en la cuarta revolución industrial, el sistema financiero ha cambiado. Se ha hecho autónomo, se ha separado de la economía real, ha crecido excesivamente y se ha transformado en algo negativo para el conjunto de la sociedad. Ha surgido una «economía financiera» en la que el dinero busca producir dinero por sí mismo.
La verdad es que hoy podríamos distinguir entre mecanismo de mercado y capitalismo. El primero debería ser potenciado y quizás transformado hasta conseguir sociedades que sean «economías sociales de mercado» (lo cual es ya el caso en muchos países). El segundo necesita importantes mejoras.
Tal como hemos anunciado varias veces, pasaremos ahora a hablar de la economía financiera y lo haremos de la mano de grandes y reconocidos economistas actuales estudiosos del sistema financiero y críticos de la teoría económica tradicional. Los cuales al mismo tiempo, son grandes defensores del mecanismo de mercado y proponen disponer en las sociedades avanzadas de unas finanzas orientadas a conseguir una sociedad justa.
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