Vamos a comenzar ahora una revisión de las conclusiones obtenidas en la reunión organizada por el Fondo Monetario Internacional en la primavera de 2013, recogidas en el libro «What have we Learned? Macroeconomic Policy after the Crisis». Antes, hacemos unos comentarios generales sobre la crisis, el sistema financiero y los asuntos técnicos discutidos en la reunión en cuestión. Sugerimos que el sistema financiero y su funcionamiento necesitan más que cambios técnicos reformas de importancia y una verdadera y sólida regulación.
Es una pena desde luego que tantos ilustres economistas como fueron convocados a la reunión del FMI de la primavera de 2013, y escriben sus artículos en el libro What have we Learned? — tiene un total de 29 capítulos –, tengan que reconocer que no se ha sabido qué hacer debido a que la crisis ha mostrado características distintas a crisis anteriores. Tendrían razón en ese sentido Reinhart y Rogoff al decir que This time is different, título de su famoso libro.
También resulta alarmante ver que muchas de las conclusiones obtenidas no son definitivas, especialmente en la versión de dichas conclusiones aportada por Olivier Blanchard, Economista Jefe del Fondo Monetario Internacional, que se declara escéptico de muchas de las nuevas propuestas sobre política monetaria, política fiscal e, incluso, sobre las nuevas herramientas macroprudenciales de las que tanto hablan los reguladores financieros.
Da un poco la impresión de que lo discutido en la conferencia organizada por el FMI de la que el libro procede, es un conjunto de pequeños y hasta cierto punto retóricos temas que para empezar tienen sentido sólo dentro del mundo financiero propiamente dicho, Son asuntos técnicos del mundo de los bancos y de las instituciones financieras, del de los bancos centrales y del de instituciones gubernamentales diversas, que se encuentran muy a gusto desempeñando su papel. Muy al abrigo, por cierto, de los graves problemas soportados por otros sectores de la población mundial.
Es el consabido mundo de los dos grandes grupos, los “de arriba” y los “de abajo”, como dicen hoy algunos partidos políticos radicales radicales, pero que es un diagnóstico certero. Un mundo creado por todos con dos grupos que están cada vez menos integrados y tienen desde hace tiempo leyes de funcionamiento interno distintas. Probablemente desde que la economía financiera adquirió importancia y se independizó de la economía de producción y fabricación.
Es una bifurcación muy peligrosa ya que esa economía financiera separada de la real, fenómeno que muchos no aceptan pero que a mi me parece cierto, no va a generar nunca empleo para todos, y mucho menos para los no cualificados.
En el mundo de los de arriba, en ese mundo de la economía financiera y del dinero que crea más dinero sólo especulando, no hay, en relación con sus leyes, ni prisas, ni miedos. Hay mucho tiempo para discutir si un banco central se debe dedicar sólo a controlar la inflación o debe ocuparse del crecimiento y el empleo, y una cosa u otra parece dar lo mismo a los que mandan, es decir, a los poseedores del dinero.
Por no hablar del tiempo dedicado a discutir si la regulación financiera debe preocuparse de los niveles de endeudamiento de las empresas y de los ratios de capital de los bancos, sin en ningún momento entrar en los fraudes generalizados de muchos bancos importantes, la especulaciones sin fin en los que la mayoría entran, los grandes contubernios de bancos de los países ricos contra bancos y gobiernos de los países pobres, y muchas tropelías más.
A los economistas les gusta mucho pensar en términos de teoría económica, racionalidad de los inversores y de los tomadores de decisiones y funcionamiento del mecanismo de mercado, pero qué tienen que ver esas cosas con los desastres vividos, por ejemplo, en las cajas de ahorros españolas, y con el papel perverso de sus malintencionados y corruptos dirigentes. Todo es un poco irrisorio, nuestro mundo se hunde y porcentajes altísimos de la población malviven y sufren escaseces sin fin, mientras otros juegan en las bolsas, especulan con los fondos de inversión y se enfrascan en la increíble actividad de hacer que el dinero produzca más dinero sin pasar por ninguna actividad real y física, a la vez, y por último, que los economistas debaten perennemente sobre pequeños aspectos de una teoría económica cada vez más teórica.
Con una crisis tan ligada a las hipotecas subprime, a las titulaciones fraudulentas, a los bancos y banqueros corruptos, al endeudamiento excesivo de todo el mundo, a la especulación sin límite de los hedge funds y de los derivados, o a escándalos típicamente españoles como las preferentes, las tarjetas de crédito opacas, el falseamiento de las cuentas para salir a bolsa y mil delitos más, resulta ridículo que los economistas alrededor del FMI se dediquen a hablar de política económica. Da un poco la impresión de que se concentran en estudiar muy bien “el problema que no es”.
Todo apunta a que el sistema financiero actual, la economía financiera que hemos creado, es algo muy peligroso y que en el mejor de los casos necesita una fuerte reforma. Hablar de aspectos técnicos como el papel de los bancos centrales o los ratios de capital de los bancos parece una pequeña frivolidad.
Con esos comentarios por delante me gustaría indicar algo sobre las conclusiones propiamente dichas del libro al que nos referimos. Lo haremos en los posts que siguen.