DE LA CONCIENCIA Y DE LA CIENCIA

  Autor: José A. Garmendia

(Catedrático Emérito de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid)

De la conciencia. Nota del Editor (Adolfo Castilla)

Iniciamos con el post que sigue la publicación de trabajos de amigos y conocidos. Los motivos son básicamente dos: 1) que hay muchas personas cercanas que reflexionan y escriben y nos ha parecido que sus ideas merecen la pena ser difundidas; y 2) que esta plataforma de blogs se difunde cada vez más y sus seguidores aumentan a buen ritmo, siendo la diversidad de temas y autores un posible atractivo adicional

La responsabilidad de los contenidos será de los diversos autores participantes, aunque por mi parte actuaré como editor y prestaré la misma atención a estas colaboraciones que la que presto a mis propios posts.

En esta ocasión tenemos un interesante trabajo de José Antonio Garmendia, Catedrático Emérito de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

Trata de un tema eterno, como es la conciencia, consciencia o autoconsciencia, y de aportaciones recientes en este terreno como las de Roger Penrose y Stuart Hameroff.  Las une a un tema tan actual como la Inteligencia Artificial para, a continuación, tratar de distintos posicionamientos de autores muy conocidos en cuanto a la ciencia y a los conocimientos científicos, y terminar con una interesante relación entre la Física y la Sociología.

Nada más oportuno en estas fechas en las que, por fin, se le concede el Premio Nobel de Física, largamente merecido, a Roger Penrose.

De la Ciencia y de la Conciencia

Se abordan en lo que sigue tres temas actuales, y de siempre: 1) conciencia y espaciotiempo; 2) ciencia e inteligencia más allá del algoritmo; y 3) física, incluyendo lo cuántico, y sociología. Se relaciona todo porque la realidad es una, aunque tenga muchas dimensiones. La interdisciplinariedad es imprescindible en nuestros tiempos

Del origen de la conciencia

El futuro será cuántico o no será” | TyN Magazine

                 Dicen los físicos que el espacio-tiempo es el tejido del universo y que sobre aquel tejido surgen toboganes o curvaturas en una nueva geometría trazada por la acción de la masa y la energía. De esto va la gravedad en A. Einstein, una gravedad distinta de aquella de la atracción universal de los cuerpos en I. Newton. Y otro físico y además matemático, R. Penrose, descubrió en aquella nueva geometría la conciencia.

               Resulta que las partículas elementales pueden asumir varias posiciones a la vez según el llamado efecto de superposición. Y así una partícula puede adoptar simultáneamente dos posiciones con sus masas respectivas y sus correspondientes curvaturas o toboganes en el tejido espacio-tiempo. Llegado un umbral crítico se produce el colapso de aquellas sobre una sola. ¡Y ese colapso equivale a un estallido de conciencia!  Ya en el Big Bang las partículas se comportaban de este modo y consecuentemente ya hace 13.800 millones de años existía la conciencia o algún tipo de protoconciencia, amplificado luego en el cerebro y sujeto a la evolución. Una protoconciencia a modo de maqueta holográfica de toda conciencia posterior, como si en un fotón estuviera ya programado el universo entero.

Conciencia e inteligencia artificial

        Y el colaborador de R. Penrose, S. Hameroff, recurre a los microtúbulos prestando atención a su función computadora. Son depositarios de una proteína llamada tubulina, integrante básico de la neurona. En cálculo comparativo con la actividad de 1 bit en una neurona la tubulina despliega una actividad computadora equivalente a mil trillones de operaciones por segundo. Y esta tremenda frecuencia de impulsos cerebrales o sincronía gamma se correlaciona con experiencias conscientes o estallidos de conciencia, pero……..

         …..tal derroche de poderío y complejidad en computación no explica totalmente la conciencia, aunque sí parece suficiente a los exaltadores a ultranza de la inteligencia artificial. No lo parece, sin embargo, para R. Penrose, que sitúa la génesis de la conciencia más allá del juego de neuronas y tubulina. Y el más allá es la aludida geometría espacio-tiempo y su papel gravitatorio.

La computación supone una revolución en la reducción de incertidumbre de la complejidad. A esto último se llama información, aunque no conocimiento. Por muy profuso que sea el caudal de indicadores y su manejo en índices, coeficientes de regresión y algoritmos no se genera conciencia, cognición, inteligencia. La conciencia va más allá de lo computacional y del algoritmo. Viene aquí a cuento el teorema de incompletitud de K. Gödel – si un sistema de axiomas es consistente es imposible demostrarlo con dichos axiomas. O sea, quien se está ahogando no se salvará tirándose de los pelos.

                En relación con lo anterior vale recordar que la teoría va más allá de los datos. Los algoritmos, por muy guarnecidos que estén de big data, son ciegos sin teoría.  A. Einstein desconocía muchos datos de la cosmología, tales como la expansión del universo, la existencia de otras muchas galaxias, la existencia de la materia negra, etc. Pero ese desconocimiento de datos no le impidió sus descubrimientos de la relatividad. El debate sobre indicadores es asunto trillado en las ciencias sociales. Ha sido la lucha entre el empirismo a secas y el anti empirismo de los hipercríticos tan alérgicos a los datos, tan negacionistas de los números. A estos se les debe advertir que si Einstein hubiera dispuesto previamente de más datos sobre el universo sus impresionantes resultados habrían llegado antes y quizás acompañados de otras grandes proezas comparables a su teoría de la relatividad.   

                   Otra variedad de aquel debate es el enfrentamiento inductivismo/deductivismo. El desenlace fue el Círculo de Viena y el refutacionismo de K. Popper: el criterio de demarcación, por el que una proposición es científica no sólo cuando se ha verificado su validez sino también su falsabilidad. Pero, según el mismo Popper, esta metodología es desafiada por la física cuántica, tachada de subjetivismo.

K. Popper versus W. Heisenberg

               Según K. Popper hay un indebido intrusismo de lo subjetivo en la ciencia física moderna. Sostiene que para investigar un sistema físico hay que considerarlo cerrado: es decir, que el observador no afecte al estado del sistema. Pero en física cuántica, en consonancia con N. Bohr y la Escuela de Copenhague, no se cumpliría este requisito, dado que sujeto y objeto formarían un todo indivisible. Y así el sujeto observador afecta el comportamiento de una partícula-onda en su superposición de trayectorias posibles o probables. La mera observación acabaría provocando una variación abrupta del sistema o colapso de aquéllas en una sola, aunque con la inevitable incertidumbre sobre el tipo de desenlace, también sobre el destino de las restantes trayectorias. O sea, la condición de onda implica que las partículas elementales, los verdaderos cimientos de nuestra persona, sigan múltiples trayectorias en su discurrir. “Podrías ser simultáneamente todas las vidas posibles…Serías a la vez muy rico y muy pobre, casado y soltero, feliz y desgraciado…”, comenta a tal propósito Ch. Galfard. Y eso cabe afirmar desde nuestra factura cuántica, pues ciertamente somos a fin de cuentas partículas elementales. Cabe afirmarlo también del célebre gato de Schrödinger, muerto y al mismo tiempo vivo. Sin embargo, en el mundo ordinario clásico eso no sucede y no hay explicación del porqué no sucede. Tampoco hay explicación de los posibles universos paralelos.

                  La incertidumbre es desde W. Heisenberg el gran principio epistemológico en física. Y así la mayor precisión obtenida en la medición de la posición de una partícula afectará su velocidad, de forma que ésta será medida con menor precisión en su trayectoria.

                  Popper sostiene que, pese a esas incertidumbres, el científico tiene que operar con proposiciones sujetas a refutación y teorías contrastables, más allá de una aproximación meramente estadístico-probabilista a la que está abocada aquella incertidumbre de principio. Pero precisamente en este punto se hacen fuertes los adversarios de Popper, alegando que su teoría no es esencialmente estadística. No se abraza la estadística por sí misma sino por la necesidad de aplicarla a un sistema esencialmente estadístico por probabilístico e incierto.

Por otra parte, Popper había acusado de mentalismo al bando adversario por no contar en serio con la realidad objetiva, sacrificándola en aras de la conciencia, diríase que al estilo de D. Hume. Pero fue respondido enfatizando que es la medida, la medición, y no la conciencia o el sujeto los que influyen en el resultado.

Física y sociología

             En el mundo cuántico o microscopio la realidad física es una superposición de trayectorias, todas posibles y más o menos probables, y su medición colapsa aquella superposición. Pero en el mundo clásico o macroscópico, el de las grandes magnitudes, no se percibe tal comportamiento. En este mundo el famoso gato o está vivo o está muerto, una de dos, y nunca a la vez. Y la persona X es rica o es pobre. Es la realidad a secas sin que en ella haya influido la medida y eso es así cuando se trata de grandes magnitudes no de magnitudes subatómicas.

Pero esto no es del todo cierto, al menos en el campo de la sociología hace tiempo que no lo es. Viene aquí a cuento la llamada teoría del yo espejo (“looking-glass self theory”) de G.H. Mead. Resulta que mi yo es, en parte, el retrato mío que veo en el espejo que son los demás. Las reacciones de los demás a mi persona hacen de espejo en el que me miro.  Este espejo retrata las definiciones que de mí hacen los demás, sus mediciones: ejemplo, si mi imagen es de persona simpática tenderé a definirme como simpático. Y así me defino excelente o miserable en función de las definiciones que ellos fabrican sobre mí. Naturalmente, aquí cabe el teatro, al intentar engañar al entorno para conseguir una buena definición. En todo caso, se da una interacción objeto/sujeto.

                 Así, pues, las definiciones no son fruto de la simple y solitaria visualización lanzada por el sujeto contra el objeto. Es también el objeto un definidor de la situación, no un blanco meramente pasivo. Un encuestador no obtiene en su totalidad exactamente las mismas respuestas a las mismas preguntas con independencia de ser hombre o mujer, de alto o de bajo status, etc. Y así uno de aspecto inconfundiblemente obrero obtendrá de la plantilla de una fábrica respuestas ciertamente diferentes a las conseguidas por otro encuestador de aspecto ejecutivo, o una mujer no responderá lo mismo a un encuestador que a una encuestadora sobre temas de mucha intimidad sobre el sexo. En resumen, el objeto cambia cuando es observado, dependiendo del observador. O sea, como en física. Aquí también el observador, encuestador, colapsa de algún modo la variedad de trayectorias o respuestas posibles.

                 El interaccionismo simbólico y su teoría del yo espejo, un derivado de la fenomenología, se relaciona con una importante cuestión de fondo, el status de la sociología. Es una cuestión ya muy candente desde una época de grandes logros de la física. H. de Saint Simon llamó a la sociología física social, naturalmente física a lo Newton. A. Comte remató la idea con su positivismo y luego E. Durkheim con su invitación a estudiar los fenómenos sociales como cosas. Acabaría afinando el enfoque cosista en favor de la sociedad como realidad, pero “sui generis”. Max Weber opondrá el “Verstehen” (comprender) al “Erklaeren”(explicar). Para el sociólogo alemán la sociología debe rebasar el ámbito de la explicación a rebufo de las ciencias naturales y comprender el sentido subjetivo de la acción sin quedarse en los hechos claramente objetivos. Se tratarán como hechos objetivos, como cosas, incluso los valores, aunque teniendo en cuenta la inevitabilidad de la intromisión de juicios de valor en el estudio de la acción social. Es decir, siempre se da en alguna forma la convivencia y connivencia sujeto/objeto.

                           En gran medida, las posteriores discusiones en estos ámbitos de las ciencias sociales han sido notas al pie de lo ya elaborado por los clásicos. Por ello no continúo y doy por terminado esta exposición

Doctor Ingeniero del ICAI y Catedrático de Economía Aplicada, Adolfo Castilla es también Licenciado en Económicas por la Universidad Autónoma de Madrid, Licenciado en Informática por la Universidad Politécnica de Madrid, MBA por Wharton School, Master en Ingeniería de Sistemas e Investigación Operativa por Moore School (Universidad de Pennsylvania). En la actualidad es asimismo Presidente de AESPLAN, Presidente del Capítulo Español de la World Future Society, Miembro del Alto Consejo Consultivo del Instituto de la Ingeniería de España, Profesor de Dirección Estratégica de la Empresa en CEPADE y en la Universidad Antonio de Nebrija.

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