Ciencia, tecnología y progreso.

A partir de la Revolución Industrial se consolida en Europa en principio, y más tarde en todo el mundo, una nueva racionalidad científico-tecnológica sobre la que se ha hablado bastante en los posts anteriores. Con ella se generaliza también en Occidente una nueva organización de la sociedad basada en lo que conocemos como «capitalismo». La idea de progreso se abre camino entonces en el mundo y comienza una etapa de crecimiento económico y desarrollo sin precedentes que culminará en el siglo XX con una expansión exponencial de la riqueza en los países adscritos a dicha racionalidad. En este post nos referimos a ello con brevedad.

En los últimos posts nos hemos referido a tres temas de interés: a) una época cumbre de Occidente; b) unos fenómenos muy destacados surgidos fundamentalmente en Europa; y c) la aparición de una nueva racionalidad en la humanidad. La época es la cubierta por los siglos XVI, XVII y XVIII; los fenómenos son la Revolución Científica y la Revolución Industrial; y la racionalidad, la científico-tecnológica, a la que hemos hecho amplia referencia.

En conjunto todo ello conforma una nueva “Cosmovisión”, o interpretación de lo que es nuestro mundo y de lo que hacemos los hombres en él.

A partir de mediados del siglo XVIII los hombres nos hemos dedicado a estudiar la naturaleza del mundo en que vivimos, a descubrir sus leyes y a fabricar artefactos para transformarla y para vivir mejor de lo que podemos obtener de ella. En una primera etapa a partir de la Revolución Industrial nos lanzamos todos con fuerza y generalizadamente en muchos países, a fabricar productos para intercambiarlos y utilizarlos de forma diversa. Más adelante, los productos fueron acompañados por servicios muy variados los cuales han evolucionado de forma increíble. Ambos, junto a la creación de infraestructuras de todo tipo, viviendas y construcciones muy diversas, constituyen la base del mundo en el que habitamos. Vivimos de la producción de productos y servicios, de su intercambio y de su utilización y consumo.

A lo conseguido desde entonces le hemos llamado progreso y hay que reconocer que los hombres han avanzado de una manera destacada, aunque siempre estemos discutiendo si lo conseguido en casi tres siglos de evolución de nuestras sociedades es avance o retroceso.

La creación de riqueza en los países más desarrollados ha sido un hecho en ese plazo de tiempo y también el acceso de porcentajes cada vez mayores de la población a mejores condiciones de vida, considerando no sólo las económicas sino las culturales, las educativas, las relacionadas con la salud, las de empleo y seguridad social y las que tienen que ver con la justicia, la igualdad, la libertad y la democracia.

Con datos objetivos en la mano parece difícil rebatir esos hechos, aunque hay siempre porcentajes de la población con un acceso limitado a esos avances, sobre todo si se considera el mundo en su conjunto. La pobreza y la desigualdad están siempre presentes en nuestras sociedades y no hemos conseguido hasta ahora un sistema organizativo que las elimine.

De forma generalizada el sistema en cuestión utilizado es el “capitalista”, anterior a la Revolución Industrial pero que se consolidó y se fortaleció a partir de ella. Es un sistema bastante natural y espontáneo — de ahí su permanencia en el tiempo –, el cual demuestra una y otra vez que es imperfecto y que resuelve relativamente bien la creación de riqueza pero, definitivamente, no tanto, la igualdad y el acceso de todos a la riqueza y afluencia creadas.

Es un sistema, en principio económico, pero que exige, o da lugar a, una estructura social y política en la que el dinero es lo que mueve todo y el poder está siempre en las manos de los que más tienen.

Las crisis periódicas parecen ser inherentes a este sistema, y a la vista de la actual y otras recientes, son crisis cada vez más largas y que afectan con fuerza al empleo.

Es un sistema además, que dada su necesidad de crecimiento exponencial, lo que exige crecimiento también exponencial del consumo y de la inversión, ha creado un problema grave en nuestro limitado planeta de agotamiento de recursos, polución extrema y deterioro medioambiental, y cambio climático, del que no sabemos cómo salir.

Lo importante de esa racionalidad, como ya hemos dicho, es la unión de las capacidades manuales, intelectuales y científicas del hombre en un objetivo único: la creación de riqueza.

El deseo de los hombres de crear riqueza no aparece desde luego con la Revolución Industrial y con la nueva racionalidad surgida de ella, pero si se acrecienta de forma notable y se hace posible con la tecnología que comienza a crearse de forma acelerada a partir de entonces.

Doctor Ingeniero del ICAI y Catedrático de Economía Aplicada, Adolfo Castilla es también Licenciado en Económicas por la Universidad Autónoma de Madrid, Licenciado en Informática por la Universidad Politécnica de Madrid, MBA por Wharton School, Master en Ingeniería de Sistemas e Investigación Operativa por Moore School (Universidad de Pennsylvania). En la actualidad es asimismo Presidente de AESPLAN, Presidente del Capítulo Español de la World Future Society, Miembro del Alto Consejo Consultivo del Instituto de la Ingeniería de España, Profesor de Dirección Estratégica de la Empresa en CEPADE y en la Universidad Antonio de Nebrija.

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